Vísteme despacio
«La autocracia no se combate con oposición parlamentaria, sino con lucha civil»
Poco a poco va cristalizando el programa socialista hacia la autocracia. Van despacio porque no tenemos frontera con el Caribe, sino con Europa, y eso les obliga a ir paso a paso, con cautela. Pero van cumpliendo sus objetivos, que no son otros que ir aproximándose a una dictadura similar a la de Maduro, pero a la europea, una especie de franquismo puesto al día.
Para ser un socialista español y obrero del siglo XXI es necesario anular al poder judicial, como ha hecho el autócrata mejicano; saltarse todas las normas parlamentarias, incluido un desprecio manifiesto del Parlamento en sí; poner hombres de paja en todas las instituciones estatales que fueron creadas para controlar al ejecutivo; desmembrar el conjunto de la nación favoreciendo a los separatistas de las provincias catalanas, vascas y navarras; consecuentemente, defender a los más ricos para que se lleven el dinero de los más pobres.
Podría seguir con el ideario socialista, pero creo que está claro el carácter cada día más autoritario, corrupto y destructivo del partido. Todo lo cual requiere, como con Franco, un caudillo, es decir, alguien que maneje a su antojo todos los registros económicos, administrativos y propagandísticos, así como la completa sumisión de algunos ministros muy particulares, como el de Interior o el de Hacienda, que dificulten hasta la parálisis cualquier movimiento molesto que pueda surgir, así, últimamente, la inmigración ilegal o la criminalidad en Madrid, a la que se deja crecer.
«Como en tiempos de la Revolución Francesa, basta cortarle la cabeza al monarca absoluto para que todo se precipite en el caos, y luego a esperar la restauración»
El programa de reconstrucción del franquismo por parte de los socialistas se va cumpliendo, pero dado que todo depende de una sola voluntad (la del Jefe, también llamado «el puto amo» por uno de sus empleados más patéticos), tiene la fragilidad de todo aquello que se apoya en un solo punto. Como en tiempos de la Revolución Francesa, basta cortarle la cabeza al monarca absoluto para que todo se precipite en el caos, y luego a esperar la restauración.
No estoy sugiriendo que se atente físicamente contra la cabeza del neofranquismo, sino más bien que las fuerzas de oposición se percaten de que no están en una lucha democrática por el poder, sino en otra muy distinta contra un autócrata, seguramente tan mentalmente inconsistente como Maduro, que requiere una gran decisión y mucha más energía que las mostradas hasta el momento.
La democracia es una técnica de gobierno que requiere cierta inteligencia y bastante formación intelectual por parte de sus defensores. Debe entenderse, por ejemplo, que la división de poderes es una construcción artificial, pero imprescindible para que ninguno de los tres predomine sobre los otros dos. Este es un principio un tanto abstracto que cuesta de entender por parte de las gentes de temperamento simple y pasión predominante, las cuales tienden a ver en la justicia o en el Parlamento tan sólo un obstáculo para sus ambiciones autocráticas y no una fortaleza contra la arbitrariedad.
Ciertamente el nuestro es el país más ignorante y desinformado de Europa, un nivel miserable alcanzado gracias a la colaboración de los empleados del gobierno, los cuales buscan que las nuevas generaciones sean aún más ignorantes y desprovistas de armas críticas que las anteriores. Es una situación realmente peligrosa y mucho más amenazadora que la de Hungría, por ejemplo.
Cuando algunos preguntan qué puede hacerse para acabar con la barbarie socialista sólo hay una respuesta: los demócratas deben recurrir a las armas que siempre se han usado contra la tiranía y que recordamos de los años franquistas: manifestaciones, huelgas, boicot comercial a las firmas que colaboran con el dictador, información intensiva sobre las mentiras y estafas del Régimen, desobediencia a las instituciones colonizadas por el caudillo hasta llegar a la resistencia fiscal, en fin, todas las estrategias de desgaste que ya usamos en el siglo XX y que constituyen algo así como un Manual de la resistencia.
Dicho en plata: a la autocracia no se la combate con la oposición parlamentaria, sino con la lucha civil. Siempre dentro de la ley, todo bien planificado, y lo antes posible. Como dice el refrán, «vísteme despacio, que tengo prisa».