THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Oda al tabaco

«Aquella sociedad aún veía a los personajes como lo que son: modelo de nada, reflejo de un arte que nunca tuvo como objetivo la moralina barata»

Opinión
Comentarios
Oda al tabaco

La infancia de aquellos niños son recuerdos de un cigarro humeante. Da igual si lo sostiene Humphrey Bogart mientras despoja de idealismos al amor de nuestras vidas, despidiéndose de aquello que pudo ser y no fue, el mismo Bogart que se derretía cuando Bacall, apoyada en el quicio de la puerta y con el filtro entre labios, susurraba: «Anyone got a match?». No importa si inhala Pepe Carvalho al levantar las alfombras de la Transición, la ceniza y la mugre bajo el telar del 78. Poco importa si es Uma Thurman la que trazaba figuras en el aire con un leve gesto de muñeca, el pitillo en el extremo, bailándole el agua a Travolta, libres los pies deslizándose por el suelo. Y menos importa aún si a Groucho le cuelga el habano por la barbilla, mientras pronuncia bajo el mostacho más tarde estigmatizado las diez o doce frases más ingeniosas de la historia del cine. Era otro tiempo.

Era Robert de Niro en Uno de los nuestros sosteniendo el pitillo con el dedo pulgar por la parte inferior, acariciada la superior con los cuatro dedos restantes: «Ahora vas a cavar el hoyo, y lo harás tú solo». Era la pipa encendida de Sherlock aguzando las meninges, pipa que por cierto tuvo a bien curvar Conan Doyle cuando, tras el éxito de la novela, decidió llevar a Holmes al teatro y comprobó que, si no la curvaba, el espectador dejaría de ver el rostro del detective. Era Sharon Stone en Instinto Básico deteniendo el reloj en el instante justo en el que las piernas, el cigarro, el vestido blanco y sobre todo la mirada penetrante de Catherine Tramell machacaban el corazón de medio mundo. Era Rita Hayworth, sobre cuyo vestido se derritió una generación entera, agitando la candela encendida en su mano, en claro contraste con el negro de la pantalla y con la sociedad deprimida tras la Segunda Guerra Mundial.

Creo que aquella sociedad aún veía a los personajes como lo que son: modelo de nada, reflejo de un arte que nunca tuvo como objetivo la moralina barata. Todavía el individuo sabía diferenciar los dos planos: uno, el real, donde los actos van acompañados de las consecuencias; y otro, el imaginario, donde se podía empatizar con el mafioso de Nueva York, donde el asesinato se glosaba con versos extraordinarios, donde la moral podía retorcerse hasta disfrutar de su lado oscuro. Aquellos hombres no dispararon al ver disparar a Clint Eastwood, ni la prostitución se convirtió en su profesión al amar a Julia Roberts, ni deglutían seres humanos al enamorarse de Anthony Hopkins. Y, sobra decir, nadie con el mínimo de concienciación que hoy impera fumó por el efecto fascinante resumido en los primeros párrafos. Parece que Netflix cree que esta sociedad es diferente a aquella, prohibiendo ahora el tabaco entre sus escenas. Mala señal. Y lo dice un no-fumador que prefirió tomar decisiones al calor de la realidad, y dejar así la ficción precisamente para lo contrario, es decir, para escapar de la escala moral dominante.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D