Esa puñetera doble moral protestante
Uno admira al noble pueblo de los Estados Unidos de América del Norte. Uno, en cambio, no admira a los dirigentes de ese noble pueblo.
Uno admira al noble pueblo de los Estados Unidos de América del Norte. Uno, en cambio, no admira a los dirigentes de ese noble pueblo.
Uno admira al noble pueblo de los Estados Unidos de América del Norte. En especial, a los del sur, que perdieron una guerra que no era por los esclavos, sino por la hegemonía capitalista de los protestantes del norte, pero esta historia no viene a cuento. O sí. Uno, en cambio, no admira a los dirigentes de ese noble pueblo. Ahora, la embajadora yanqui ante la ONU, Samantha Power, denuncia a Rusia porque su aliada Siria «mata a niños con armas químicas». Olvidemos que banqueros judíos norteamericanos y suizos financiaron a Lenin; y a Hitler. Olvidemos el «Maine», el «Lusitania» y el oscuro caso de Pearl Harbor. Olvidemos también el incidente del golfo de Tonkin y el napalm de la guerra del Vietnam. Olvidemos Hiroshima y Nagasaki. Olvidemos, incluso, a otra embajadora yanqui: la que dijo amén cuando Saddam Hussein la llamó para decirle que iba a invadir Kuwait. Pero no olvidemos al genocida Churchill, buen protestante también, y los terroríficos bombardeos sobre las ciudades alemanas durante la II Guerra Mundial y los inmundos campos de exterminio en Australia. No olvidemos que los protestantes ingleses dejaron al mundo actual el legado de dos conflictos irresolubles con su política homicida de «divide y ahí os quedáis»: Palestina-Israel y Pakistán-India. De modo que, por decencia -si la conocen-, debieran callar y no dar lecciones de moral política. Nunca. A nadie. Y mucho menos, a la Iglesia Católica.