¿La banalidad del diablo?
Mientras las batallas no ensucien mi jardín, nadie renuncia.
Mientras las batallas no ensucien mi jardín, nadie renuncia.
Parece que esta semana sí. Parece que en los próximos días, u horas, habrá un ataque militar sobre Siria. Parece que ese papelito firmado por once países en la cumbre del G-20 le ha dado a Obama el respaldo internacional que necesitaba (ja, ja, ja, perdonen que me ría) para no parecer un llanero solitario, y cosas peores, ante la opinión pública de su país. Aunque aún le queda, eso sí, el trance de la votación en el Senado. Veremos.
¿Comienza la guerra en Siria? Bueno, pongan aquí otra carcajada de las gordas. La guerra en Siria lleva dos años de andadura, con cien mil víctimas mortales y dos millones de refugiados (uno de cada diez habitantes del país). Dos años. ¿Tanto? Sí. ¿Y cómo es que no lo hemos visto hasta ahora? Pues, entre otras cosas, porque la guerra, donde sea mientras no suceda en nuestra casa, ya les va bien a nuestros gobiernos. Dejémonos de hipocresías. La venta de armas mueve al año 150.000 millones de dólares, según la UNESCO (España exporta más de 400 millones de euros en armas, cada año). ¿Quién querría perderse un negocio que representa casi un tres por ciento del PIB mundial? Mientras las batallas no ensucien mi jardín, nadie renuncia.
Así que, o algo en el país es más poderoso que el dinero que ganamos en venta de armas y futura reconstrucción (petróleo o estrategia geopolítica, por ejemplo) o sucede algo que hace torcer el gesto a los grandes líderes porque sus votantes se han enfadado, y mucho. En Siria ha sido el uso de armas químicas contra la población civil. 1.300 muertos (de 100.000) que han marcado la diferencia. Pocas imágenes más poderosas que la agonía de decenas de niños.
Así las cosas –y a la espera de una intervención militar que no sabemos qué resolverá o empeorará– algunos medios anglosajones escarban en Instagram para añadir más argumentos a la decisión aliada. Ahora resulta que, mientras la población civil era gaseada, la primera dama Siria, “perfumada y etérea”, servía comida a supuestos hambrientos o charlaba sentada en el suelo con niños del país. La banalidad del diablo, titula su reportaje The Guardian.
Pues miren, prefiero la banalidad del diablo a la banalidad de las armas. Porque el resultado es el mismo sea un rifle, una mina o gas sarín. Porque las bombas que fabricamos nosotros matan más que una primera dama vestida con una vaporosa blusa azul pálido intentando hacer propaganda barata. Y que Asma Al-Assad se siga fotografiando como quiera. Déjenla. Que viva la banalidad.