Niñas violadas, el mal que no cesa
Pero por fin India, el país más poblado del mundo, está mirándose la cara en el espejo más atroz
Pero por fin India, el país más poblado del mundo, está mirándose la cara en el espejo más atroz
Ayer la portada de ‘El Colombiano’, el diario de Medellín donde me encuentro, contaba la historia truculenta de una “subasta” de la virginidad de niñas de entre 12 y 16 años por parte de una banda de proxenetas. A esas edades y en esas condiciones, no nos engañemos: es violación, es la tortura infringida por adultos para obtener un placer extraño y cruel.
Avanza el desarrollo económico, social y educativo, y los delitos sexuales no bajan. Son especialmente infames, porque mezclan y confunden una actividad que une amorosamente, como el sexo, con el tormento a menores indefensos, que sufren sus consecuencias para siempre.
Pensé en esta terrible noticia de Colombia cuando me encontré con dos fotos impactantes en ‘The Objective’. Una está fechada en la India. Muestra a un hombre asomándose por las rejas de un bus-cárcel. Del otro lado de su curiosidad, los monstruos.
“En este autobús han sido devueltos a la cárcel los cuatro hombres condenados por la violación en grupo de una estudiante en Nueva Delhi que más tarde acabaría muriendo por las lesiones que le provocaron. Pueden enfrentarse a la pena de muerte”, reza su pie de foto.
Desde hace un año, las violaciones públicas de niñas y jóvenes en transportes colectivos provocaron olas de protesta en India. Miles de mujeres y cada vez más hombres, dispuestos a decir basta. La solución no es, para mí, la pena de muerte. Pero por fin el país más poblado del mundo está mirándose la cara en el espejo más atroz.
La segunda foto es festiva: “Los judíos israelíes han celebrado hoy el rito de kaparot (expiación simbólica) de la víspera del Yom Kipur, que consiste en hacer girar tres veces por encima de la cabeza a un pollo o una gallina con el fin de transferirle los pecados”.
En la foto aparece un grupo infantil rodeando a una niña que tiene la cabeza cubierta por una bolsa plástica. Sobre su cabeza gira una gallina, que la niña sostiene con sus dos manitas. La foto muestra la inocencia y la seguridad de infantes que crecen con derechos y sin temor.
Ojalá, pienso. Ojalá fuera cierto que darle tres vueltas a una gallina pudiera alejar el peligro de tantos violadores impunes. Pero creo que no basta: se debe detener esta forma extrema de violación a los derechos humanos, que no cesa sino que aumenta. Mientras siga, no podremos llamarnos civilizados.