Pidiendo trabajar
Aquí estamos tan acostumbrados a ver a gente suplicando que no se metan en su trabajo que casi nos pasa desapercibido
Aquí estamos tan acostumbrados a ver a gente suplicando que no se metan en su trabajo que casi nos pasa desapercibido
Ayer por la noche publiqué en Twitter una foto junto a este comentario: «Funcionarios pidiendo que les dejen trabajar. ¿España? No, Estados Unidos». En conjunto (y en resumen), un tuit puramente irónico que intentaba demostrar que no hay país que se salve de problemas que llevan a muchas personas a dejar de trabajar (y de cobrar) por culpa de malas decisiones políticas. Sean diez días, sean diez años.
El problema es que es muy difícil juzgar siendo objetivo. Lo que pasa en Estados Unidos es un juego de niños con consecuencias muy adultas: 800.000 personas que dejan de poder ganarse la vida porque dos partidos políticos no se ponen de acuerdo. ¿La culpa es de los que están en la oposición, por no ceder, o de los que están en el poder, por no dar el brazo a torcer? ¿Y la consecuencia? Familias que cobrarán menos, que no saben cuándo volverán a trabajar, porque personas que ganan cientos de miles de dólares no pueden ponerse de acuerdo.
En cambio, en España, lo que ha llevado a –diría yo– más de 800.000 personas a dejar de trabajar (y no durante días, sino durante años) ha sido mucho más complejo de explicar y, sobre todo, de culpabilizar. ¿Fue la culpa del primer señor que compró un terreno con el único fin de venderlo más caro? ¿Del político que aceptó que esto pasara bajo su responsabilidad pública? ¿Del banco que lo financió sin parar un segundo a mirar si tenía sentido? Probablemente, un poco de todos ellos.
La diferencia grande no está en las razones que han llevado a personas de dos países tan distintos como España y Estados Unidos a salir a la calle pidiendo que les dejaran trabajar en paz, no. La gran diferencia es que aquí estamos tan acostumbrados a ver a gente suplicando que no se metan en su trabajo que casi nos pasa desapercibido. En cambio, el que lo hace con un muñeco de Obama en el pecho nos genera mucha más atención.
Sin embargo, es curioso comprobar que si sumamos todos los que se quejaron en Washington veremos que son aproximadamente un 0,7% de los que salieron en Palma de Mallorca para pedir cambios en una sola ley del gobierno. ¿Y la diferencia definitiva? Que a ellos, al menos, los escucharon.