El sastre vengativo de Leo Messi
De las corbatas del Bello Brummell se dijo que causaron la misma sensación que la victoria naval en Waterloo: como la historia se repite a modo de farsa, las chaquetas de pavo real de Leo Messi no generan más conmoción que el último aspaviento público de Belén Esteban.
De las corbatas del Bello Brummell se dijo que causaron la misma sensación que la victoria naval en Waterloo: como la historia se repite a modo de farsa, las chaquetas de pavo real de Leo Messi no generan más conmoción que el último aspaviento público de Belén Esteban.
De las corbatas del Bello Brummell se dijo que causaron la misma sensación que la victoria naval en Waterloo: como la historia se repite a modo de farsa, las chaquetas de pavo real de Leo Messi no generan más conmoción que el último aspaviento público de Belén Esteban. En realidad, del punto de cruz de la abuelita a la caspa geometrizante del blanco sobre negro, el paño que gasta Messi, perpetuamente mal asesorado en materia sartorial, es una lanzada a la vieja norma áurea según la cual “si alguien se da la vuelta para mirarnos, es que no vamos bien vestidos”. Véase que a uno de los alfayates de mejor alcurnia de Londres, Henry Poole, se le alabó que cosiera unos trajes tan elegantes “que resultan casi imperceptibles”.
Para Waugh, la única manera de lograr la perfección indumentaria consiste en ser “groseramente rico”: algo ha cambiado en este tiempo para que Messi, que puede pagarse las franelas más finas de la Row, nos lleve unas chaquetas que más bien parecen una venganza de su sastre. Lo que ha cambiado es, quizá, la misma degradación fabril que nos ha llevado del tweed al neopreno, del cognac al vodka con red bull, de la lírica al hip-hop y de la pintura al happening. En el fondo, no hace falta tener ningún pujo de dandismo para considerar que la mala sastrería es una afrenta a la especie y el chándal un crimen contra la humanidad, o para cifrar la decadencia de occidente en el ocaso del bespoke: bastará con ponderar el milagro que obraban esos sastres que podían ponernos los hombros que Dios se olvidó de concedernos. A los cuarenta años –se ha dicho-, todo hombre es responsable de su cara: las dificultades de Messi con la elegancia nos recuerdan que deberíamos ser responsables de nuestra chaqueta mucho antes.