Los pavos de Norman Rockwell
Lo que importa, en todo caso, es la fiesta como reproducción de un orden de lo sagrado, como un tránsito de felicidad en la memoria
Lo que importa, en todo caso, es la fiesta como reproducción de un orden de lo sagrado, como un tránsito de felicidad en la memoria
Desde el día de Acción de Gracias hasta la Navidad habrá tiempo para las compras de ansiedad del Viernes Negro y del Ciber-lunes, pero también para esas mesas jubilosas que pondrán en las mejillas el color del vino tinto. Cocinero de tres Austrias, Martínez Montiño relata unos banquetes festivos con capones asados, ánades en salsa de membrillos, pollos con escarolas rellenas, aves a la tudesca y zorzales sobre sopas. Todo un corral. Por contraste, el Norman Rockwell que pinta su «Freedom from want» un día de Acción de Gracias, limita la presencia de la volatería al pavo: un ave de impresión, un asado rotundo que merece la satisfacción del patriarca, con la mano en la mesa como un poder sereno. De la España barroca a la América puritana, lo que importa, en todo caso, es la fiesta como reproducción de un orden de lo sagrado, como un tránsito de felicidad -pánica y cristiana- en la memoria.
Pintor de una cierta razón compasiva, Rockwell no dejaría de ilustrar la Acción de Gracias año tras año, con frecuencia mediante la estampa del pavo indignado que persigue a picotazos a los niños. Esa no fue una escena inhabitual en tantas capitales españolas que veían desde noviembre la llegada de pavas y pavipollos por vía férrea, negros y solemnes como jesuitas, a la espera de su engorde sacrificial. Aquí o allá, de lo que se trataba era de dar cumplimiento al viejo mandato de santificar las fiestas, de llevar a plenitud ese «momento Rockwell» en que «la vida es como debiera ser». Pintada en plena guerra, para Libertad de la necesidad Rockwell echaría mano de sus vecinos como modelos a fin de encarnar una continuidad de las generaciones a través de la complicidad de las miradas. Logró así un friso de humanidad cordial, cercano, inteligible. Su cuadro luego iba a servir para ilustrar el Thanksgiving day tanto como las postales navideñas, quizá porque su lección rige aún para todo lugar y todo tiempo: el hombre que no sabe celebrar, no ha aprendido a ser hombre todavía.