Otra tragedia ferroviaria evitable
Nos encontramos de nuevo ante una tragedia ferroviaria que, aunque de menores dimensiones que un tifón o un terremoto, se podría haber evitado
Nos encontramos de nuevo ante una tragedia ferroviaria que, aunque de menores dimensiones que un tifón o un terremoto, se podría haber evitado
Nos encontramos de nuevo ante una tragedia ferroviaria que, aunque de menores dimensiones que un tifón o un terremoto, se podría haber evitado. Y no en mayor o menor medida, sino totalmente, y por ello acrecienta su gravedad.
El gigante americano posee una de las infraestructuras ferroviarias más anticuadas –que no antiguas- y peor mantenidas de los países industrializados, que no difiere mucho de las de sus vecinos del cono sur. Esto se ve además recrudecido por una ley federal de 1977 que protege tanto a los operadores como a fabricantes y aseguradoras, con una indemnización única en caso de fallo o negligencia grave, sin entrar en responsabilidades ni culpabilidades. Por si fuera poco, el National Transportation Safety Board (NTSB) que es el órgano que establece y evalúa la seguridad de la infraestructura, no posee autoridad ni jurisprudencia a la hora de aportar pruebas o inclinar la balanza en un posible juicio, al poder ser desoídas sus recomendaciones e investigaciones por la FRB.
A cerca de veinticuatro horas del fatal desenlace del convoy con cien personas abordo, todo parece indicar que circulaba por encima del límite permitido de velocidad, 70 mph (más de 110 km/h), aproximándose a una estación cuyo límite se fijaba en 30mph (menos de 50km/h), y en otra fatídica curva. Dos factores fundamentales, y dos semejanzas alarmantes con el trágico final del Alvia en España en la víspera del Apóstol Santiago, el pasado verano. La compañía operadora en este caso, Metro-North Railroad, establece como obligatorio el uso de sistemas de protección automática del tren (ATP) mediante distintas tecnologías para solventar con garantías de seguridad cualquier eventual fallo, tanto humano como técnico. Y parece que al menos uno de estos dos forma parte del problema.
La causa última del descarrilamiento es simple: la aplicación del freno de emergencia en una curva mientras se circula por ella, y no necesariamente más rápido de lo establecido. Ahora bien, habrá de esclarecerse cuál es la causa primera de llegar a tal escenario, y dados los resultados de las investigaciones en el caso del Alvia español, y sus repercusiones sobre las máximas autoridades que rigen estos sistemas ferroviarios, me atrevo a esgrimir que nadie pagará tampoco por esta catástrofe en otro Black Sunday. Si es que en todas partes cuecen habas.