Mandanga Mandela

No me hagan mucho caso, pero creo haber oído en algún lugar que ha fallecido Nelson Mandela.

No me hagan mucho caso, pero creo haber oído en algún lugar que ha fallecido Nelson Mandela. De hecho, creo no haber oído más noticia que esa en los últimos días. La información del óbito se acompaña de un amplio despliegue de alharacas, como es menester ante cualquier finado célebre. Del mismo modo que se nos demuda el color en el tránsito a la otra vida, nuestro expediente vital gana brillo cuando es la vida lo que dejamos. Muertos somos todos mucho mejor persona. Ya lo dijo Jardiel: «si queréis grandes elogios, moríos».

No seré yo quien rebata las virtudes que adornaron a Madiba. No es falta de argumentos. Es pereza. Alabado sea el santo laico y amén. Lo que me encocora es otra cosa. Y eso me empuja a solicitar públicamente que se tipifique como delito la apropiación indebida de fiambre. No es de recibo que la impoluta figura del difunto pueda ser blandida con idéntica fruición por Arnaldo Otegi que por el Papa Francisco. No es comprensible que la trayectoria del interfecto pueda ser empleada de igual modo en nombre de la independencia de Cataluña que en representación de la dictadura castrista. No es admisible que la memoria del  muerto valga para una cosa y para la contraria. El legado de Mandela es como un colchón viscoelástico, se adapta a todas las posturas. Y me temo que su máximo aprovechamiento se encuentre en la venta de camisetas serigrafiadas con su icono.

Morirse tiene pocas ventajas. Si acaso, dejar de pagar a Hacienda. Pero lo peor de diñarla es que no puedes desmentir a los farsantes que hablan en tu nombre. Imposible. Ni aunque éstos lleguen al extremo de confundir Mandela y mandanga.