La cultura ha de ser destruida
Desgraciadamente, nos vamos acostumbrando. Las noticias que llegan de lejos tienden a ser escenas de una violencia extrema. Pero también en la barbarie hay grados. Uno especialmente repulsivo ha sucedido en Nigeria.
Desgraciadamente, nos vamos acostumbrando. Las noticias que llegan de lejos tienden a ser escenas de una violencia extrema. Pero también en la barbarie hay grados. Uno especialmente repulsivo ha sucedido en Nigeria.
Desgraciadamente, nos vamos acostumbrando. Las noticias que llegan de lejos tienden a ser escenas de una violencia extrema. Los bárbaros (literalmente los que balbucean nuestra lengua) siempre fueron los de fuera. Pero también en la barbarie hay grados. Uno especialmente repulsivo ha sucedido en Nigeria. El terrorismo islamista ha decidido pasar a la Historia de la infamia pegando fuego a un internado de estudiantes. Todos los jóvenes han perecido abrasados o baleados. Hay muchos siniestros precedentes de quema de libros. Ahora se ha dado un paso más: acabar con los posibles lectores.
El grupo terrorista se hace llamar con un marbete estremecedor: “La educación occidental es pecado”. Volvemos a lo peor de la Edad Media. Se mata por pensar de otra forma, acaso que por pensar sin más. Nigeria es tierra fronteriza de dos civilizaciones: la musulmana y la heredera de Occidente. En este caso no ha sido una escaramuza entre combatientes o bandas rivales, sino una cobarde masacre a conciencia. Estamos más bien ante la expresión de un genocidio. Ésta es la aberrante doctrina: hay que exterminar a los otros por ser otros. Encima la llaman “guerra santa”.
Alguna vez nos daremos cuenta de que el terrorismo étnico es la III Guerra Mundial que está en marcha solapadamente desde hace algún tiempo. De nada valen los ejércitos convencionales o los cascos azules. La confrontación es cultural. Ya lo han descubierto los terroristas. El enemigo para ellos es la enseñanza de los jóvenes. Por eso han pasado a arrasar una escuela con todos los alumnos dentro. Es una siniestra novedad. Lo malo es que se convertirá en rutina y dejará de llamarnos la atención. Al menos quede aquí el testimonio gráfico y escrito (objetivo y subjetivo) para que no se olvide.