THE OBJECTIVE
Paco Segarra

Cataluña y Quebec

Ya lo decía Jorge Pujol en 1985: que Cataluña no es Quebec y que el asunto de la independencia debía tratarse dentro de la Constitución, que de consultas populares nada de nada.

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Cataluña y Quebec

Ya lo decía Jorge Pujol en 1985: que Cataluña no es Quebec y que el asunto de la independencia debía tratarse dentro de la Constitución, que de consultas populares nada de nada.

Ya lo decía Jorge Pujol en 1985: que Cataluña no es Quebec y que el asunto de la independencia debía tratarse dentro de la Constitución, que de consultas populares nada de nada. Quebec ha dado la mayoría absoluta a los federalistas y el líder independentista de allí anuncia que presentará la dimisión, un gesto tan loable como raro en estas tierras ibéricas.

Los federalistas han ganado con una campaña que reivindica que ellos «se ocupan de los problemas de verdad». Un slogan cargado de sentido común y que, por una vez, habla a las personas de aquello que les preocupa: los problemas reales de la vida cotidiana. En Cataluña se vive en la burbuja de un problema inventado que a los caciques locales les servirá para enriquecerse todavía más: si a un partido político con posibilidades de ganar acuden como moscas a la miel, imaginen cómo se pondrán cuando lo que se les ofrece es un estado nuevo de trinca -sí, va con segundas-. La gente de a pie, un 40% más o menos, ve en la independencia una salida a sus frustraciones personales, profesionales o sexuales, qué sé yo. Los únicos para quienes la independencia es un trabajo honesto son los intelectuales. Algunos, como mis amigos Agustí Colomines y Jordi Graupera, llevan toda la vida en esto. Kant se dedicaba a la filosofía, y ellos se dedican a teorizar sobre la independencia, nada que objetar.

Sin embargo, no deja de ser curioso que quienes más alto hablan del «fet diferencial» sean precisamente los que más prisa tienen en eliminar todas las diferencias, y que los mismos que claman por un país propio se esfuercen por dotarlo de estructuras idénticas a todos los demás. Para ese viaje, ¿hacen falta tantas alforjas? La misma modernidad a la que no se le cae de la boca la palabra «diversidad» es la que lleva décadas predicando el modelo único, metiéndonos a todos -ciudadanos, instituciones, países- en rígidos moldes de los que salimos todos idénticos bajo etiquetas diferentes.

Ésta es la verdadera tragedia del nacionalismo catalán: que quiere ser un trasunto de España en pequeñito. Lo lógico será que pase como en Quebec. Al tiempo.

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