"¿Por qué llevan pistola?"
El caso es que hace un par de semanas en una visita al supermercado me encontré con un hombre armado con una metralleta de las que hasta el momento sólo había visto en las películas.

El caso es que hace un par de semanas en una visita al supermercado me encontré con un hombre armado con una metralleta de las que hasta el momento sólo había visto en las películas.
Hacer la compra en un país distinto es una combinación de riesgo y nostalgia. En mi caso si estoy en modo creativo intento probar productos locales para descubrir nuevas experiencias culinarias, aunque es cierto que en México todo resulta demasiado picante para el paladar medio español; supongo que esto tiene una explicación científica que ahora no viene a cuento, me dijeron que escribiese sobre violencia en el país y los grupos de autodefensa.
El caso es que hace un par de semanas en una visita al supermercado me encontré con un hombre armado con una metralleta de las que hasta el momento sólo había visto en las películas. El hombre estaba a un lado de la caja, sosteniendo el arma con un naturalidad pasmosa ante le parsimonia de toda la clientela.
Yo le miré aceptando mi mala suerte y mi papel de rehén. En pocos segundos había hecho balance de mi vida y hasta llegué a pensar en que lo más cerca que volvería a estar de mi querida tierra era si conseguía correr hasta la vitrina en la que están encerrados los mejillones de las Rías Baixas, aquí categorizados con acierto como producto gourmet.
Durante unos segundos tuve mucho miedo. Cuándo volví a mirar al hombre vi que llevaba “un disfraz” de seguridad y ante mi cara de pavor sonreía, diciendo: “Güera, por la caja dos”.
Corrí hasta el fondo del supermercado y me di cuenta de que era la única asustada. Para el resto, la presencia del hombre armado parecía algo “rutinario”. Miré a la charcutera y le pregunté en voz baja “¿Por qué llevan pistola?” La charcutera confirmó la teoría de la normalidad: “tranquila güera, sólo están vaciando la caja”
Hice tiempo en el interior del establecimiento protegida por los mejillones de las Rías Baixas para evitar coincidir con el de la metralleta al pasar por caja.
Cuando se me pasó el susto y después de brindar por la vida, le conté la anécdota a un buen amigo mexicano. -“La neta –me dijo- es que nosotros estamos acostumbrados y no nos sorprende y eso es lo que está mal.”
Entonces me di cuenta de que aunque mi reacción puede resultar exagerada, no soy yo la loca de la historia. La verdadera locura es normalizar y aceptar las armas o la violencia para resolver conflictos o para manejar cualquier situación de la vida cotidiana.