Moscas a cañonazos
De tan simple que resulta, esta imagen se diluiría en nuestro botiquín entre una docena de medicamentos caducados. Motivados por el afán de tutela que caracteriza a los gobiernos, han gastado cifras astronómicas en proteger a sus ciudadanos del enemigo.
De tan simple que resulta, esta imagen se diluiría en nuestro botiquín entre una docena de medicamentos caducados. Motivados por el afán de tutela que caracteriza a los gobiernos, han gastado cifras astronómicas en proteger a sus ciudadanos del enemigo.
De tan simple que resulta, esta imagen se diluiría en nuestro botiquín entre una docena de medicamentos caducados. Quizá un día, en plena limpieza, cayéramos en la cuenta de que aún no habíamos consumido ni una sola cápsula de un genérico de nombre rarísimo con el que nadie bautizaría ni a su peor enemigo y la llevásemos al punto Sigre de la farmacia. “Esto, ¿para qué lo tenía usted en casa?”. “Pues para lo mismo por lo que lo guardaba el gobierno, no te digo. Para prevenir”.
Motivados por el afán de tutela que caracteriza a los gobiernos, han gastado cifras astronómicas en proteger a sus ciudadanos del enemigo, llámese integrismo islámico, polilla africana o gripe aviar. ¿Nos lo creemos? No.
Podríamos idear que es otro ejemplo de la endémica ineptitud de más de un responsable público que yerra a golpe de decreto, pero tampoco cuela. La realidad constata que en el trayecto de tantísimos millones de euros empleados en adquirir virales, allí donde hubiera servido el paracetamol, varios laboratorios farmacéuticos han disparado sus cotizaciones en bolsa y aumentado las primas de sus consejeros. El mal les sienta muy bien.
Pero no solo el patente sino esas otras amenazas imprecisas que, a veces, los titulares borrachos de catastrofismo convierten en pandemias o en virus más letales que los creados por los guionistas de Hollywood.
A estas alturas de la corrupción algunas fórmulas químicas huelen peor que una alcantarilla.
El día en que dejemos la caja de Tamiflú caducada sobre el mostrador de la farmacia, el boticario nos mirará con desdén según nos pasa una tableta de aspirinas igual que un dealer. Y nosotros seguiremos contando los efectos secundarios de gastar por gastar, mientras esperamos desvelar contubernios entre la política y los laboratorios.
Pero, de momento, de eso no hay foto.