Cuestión de suerte
Entre los escombros yacen rotas las puertas por las que quizá entraran, se desdibujan los armarios que quizá abrieran y ha quedado aplastado el coche que un día les llevó. La vida se ha apagado de un soplido. Y se seguirá apagando, sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo.
Entre los escombros yacen rotas las puertas por las que quizá entraran, se desdibujan los armarios que quizá abrieran y ha quedado aplastado el coche que un día les llevó. La vida se ha apagado de un soplido. Y se seguirá apagando, sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo.
Una luz intenta alumbrar la oscuridad, pero no lo consigue. El foco trata de penetrar entre los escombros. Lo hace sin éxito, haciendo nítida la superficie, aclarando lo insignificante, encendiendo la esperanza hasta que la noche y las ruinas lo tiñan todo de negro, hasta que las luces vuelvan a apagarse del todo.
Entre los escombros yacen rotas las puertas por las que quizá entraran, se desdibujan los armarios que quizá abrieran y ha quedado aplastado el coche que un día les llevó. A ellos. Antes de que el viento soplara con fuerza, en forma de tornado, pero con la rabia de un huracán. La vida se ha apagado de un soplido. Y se seguirá apagando, sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo.
Debajo, entre los huecos que deja la madera —despedazada y escondida entre la hierba— brillan con debilidad unos colores distintos: rojo, rosa, azul… La textura es difícil de percibir, pero podrían ser telas; quizá de muebles que les dieran descanso; quizá de ropa que les vistiera. Seguro que eran de distinto sastre, pero acabaron todas encerradas en el cajón de la desgracia.
Pero así ocurrió. Aquel día la ruleta fue negra y no roja. La lotería tocó, a pesar de no hacerlo nunca. El viento viajó hasta EE.UU, hasta Arkansas. Pero mañana podrá ir a otro sitio, sin comprar billete, sin avisar, dando la peor de las sorpresas, la que obliga a irse sin despedida posible, la que lleva al ser humano al único trayecto que no admite regreso.
Les tocó a ellos, a más de treinta, de repente y sin tiempo para reaccionar. Hay quien dijo que la naturaleza humana cambiaría cuando los hombres aprendieran a mirarse de forma distinta. Quizá cambie el día en que sea la naturaleza quien mire al hombre de manera diferente. Hasta entonces será eso: una cuestión de suerte.