La princesa despedazada
No era la película más apropiada para inaugurar el Festival de Cannes. Quizás no haga justicia al personaje real. Y, desde luego, no pasará a la historia del cine. Pero me parecen muy exageradas las demoledoras críticas que está recibiendo Grace de Mónaco.
No era la película más apropiada para inaugurar el Festival de Cannes. Quizás no haga justicia al personaje real. Y, desde luego, no pasará a la historia del cine. Pero me parecen muy exageradas las demoledoras críticas que está recibiendo Grace de Mónaco.
No era la película más apropiada para inaugurar el Festival de Cannes. Quizás no haga justicia al personaje real. Y, desde luego, no pasará a la historia del cine. Pero me parecen muy exageradas las demoledoras críticas que está recibiendo “Grace de Mónaco”, la nueva película del francés Olivier Dahan (“La vida en rosa. Édith Piaf”), calificada de teatral, sosa, inerte, tediosa, torpe, involuntariamente cómica… A mí me ha gustado; sin entusiasmos, pero me ha gustado.
Por un lado, el filme desarrolla bastante bien el peliagudo dilema moral que sufrió en 1962 la actriz Grace Kelly (Nicole Kidman), ya convertida en Su Alteza Serenísima la Princesa Gracia de Mónaco. Ese año debió elegir entre retornar al cine de la mano de Alfred Hitchcock (Roger Ashton-Griffiths) —que le ofreció protagonizar “Marnie, la ladrona”— o ayudar a su marido, el Príncipe Rainero (Tim Roth), al que amenazaba con la invasión el poderoso Presidente de Francia, Charles de Gaulle (André Penvern). Entonces Grace pide consejo a su director espiritual, el sacerdote católico Francis Tucker (Frank Langella), que intenta alentar su sentido de responsabilidad respecto a su marido, sus hijos y su país.
Este conflicto principal tiene suficiente entidad dramática, ética y religiosa. Además, todos los actores dan la talla, tanto en los pasajes melodramáticos como en la leve intriga que los recorre. Y la factura externa del filme —planificación, ambientación, fotografía, vestuario, música…— es bastante brillante. De modo que se compensa un poco el hervor emocional que le falta al guion de Arash Amel y los enfáticos e insustanciales primerísimos planos que le sobran a la puesta en escena de Dahan. Y queda así una película esquemática e irregular, pero entretenida, elegante y positiva, que gustará al gran público y que no merece ser despedazada de un modo tan sangriento.