Profeta Groening
Siempre China. Como si hubiéramos vendido el alma y la civilización en la tienda de todo a un euro, que no admite devoluciones. Por eso en vez de protestar corremos a una academia de mandarín para apuntar a nuestros hijos.
Siempre China. Como si hubiéramos vendido el alma y la civilización en la tienda de todo a un euro, que no admite devoluciones. Por eso en vez de protestar corremos a una academia de mandarín para apuntar a nuestros hijos.
El edificio España lo ha comprado un chino, porque a veces hasta el comercio se puede convertir en metáfora. Así, a la forma oriental, estamos saliendo de la crisis. O están saliendo, para ser más precisos. Si hasta el PP -antes de pactar con Izquierda Unida en Extremadura- ya había firmado un acuerdo con el Partido Comunista Chino, y a lo mejor Cospedal lo celebró tomando rollitos de primavera en la plaza de Tiennamen, que la eficacia maoísta ha conseguido que no queden rastros de sangre. El Estado no se toca. Y las grandes corporaciones o bancos tampoco. Lo demás -o sea nosotros- es lo de menos, tendremos que ir amoldándonos a los ajustes del modelo, que será Made in China, como todo, como los derechos laborales, como las políticas de natalidad, como el ensamblaje de los productos de Apple, como las sombras y como las tiendas de las esquinas.
Con los ojos rasgados la historia se contempla de forma diferente. Por ejemplo cobra sentido que en el 68 parisino y hortera, el de las barricadas, aquellos niños mimados guardaran en el bolsillo de sus vaqueros el Libro Rojo de Mao. Era una fusión más vanguardista de lo que ellos mismos pensaban, porque el nuevo paradigma aspira a conjugar la mano invisible del mercado con la intervención totalitaria del poder político. Más que una derrota lo del Muro de Berlín fue una rendición amorosa, casi una doncella arrojando la escala por la que subiría el rufián, para que juntos engendraran el superhombre querido por las utopías: un tipo sin Dios que obedece con disciplina soviética, pero que a la vez está convencido de ser muy libre porque puede acceder a la pornografía a través de un artefacto móvil.
O sea, China. Siempre China. Como si hubiéramos vendido el alma y la civilización en la tienda de todo a un euro, que no admite devoluciones. Por eso en vez de protestar corremos a una academia de mandarín para apuntar a nuestros hijos. A ver si hay suerte y llegan a ser capataces en vez de peones. Porque cuando se trata de China el cinismo es transversal. La izquierda se enorgullece de ese aggiornamiento comunista, es su forma de olvidar a Gorbachov. Y los que critican a Cuba, a Irán o a Venezuela, no se atreven a decir nada del régimen pekinés, porque una cosa es la libertad y otra la cuenta de resultados. Y en fin, que el gran profeta de nuestro tiempo fue Matt Groening. Por eso hizo amarillos a los Simpson.