Tarifa reducida

Años desunidos y a la gresca, donde solo nos ponemos de acuerdo para emitir Eurovisión el mismo día sacrificando federalismos centrífugos, y los taxistas[contexto id=»383900″] muestran una amalgama que ya quisieran los mandamases de la Unión.

Paralizados estamos por no toparnos con un vehículo libre en media Europa salvo que circulara gracias al enemigo, es decir Uber o cualquiera de las opciones clandestinas donde ciudadanos de bien deciden compartir coche. A juicio de los primeros serían “de mal”. Observen que todo es subjetivo, empezando por estas líneas. Basta mover la óptica para descubrir una realidad opuesta a la que habíamos forjado. A un lado los currantes del volante que defienden el pan de sus hijos y la profesionalidad de una licencia que les exprime el bolsillo. Al otro escuálidas economías que tratan de subsistir como pueden y ello incluye cualquier artimaña para ahorrar.

¿Quién dirime entre unos y otros más que Hacienda, cuya legalidad suena a afán recaudatorio? No criticaré a los taxistas, pues les protege la razón y su derecho, pero tampoco verteré bilis sobre los que aguzan el ingenio y estiran un euro. ¿Quién tiene autoridad moral para multar a aquellos que soportan el atasco matutino junto a desconocid@s en el ánimo de prorratear la gasolina? Contactaran por la calle o en una página de internet. La crisis nos ha cambiado, sí. Desnudos, pobres y vapuleados, pero con un instinto de supervivencia muy desarrollado. Aceptando también el principio universal de igualdad que, una vez eliminada la tontería, nos deja al común de los mortales en zapatillas. Por tanto si hay que ir en el mismo coche se va y si hubiera para taxis, se levanta el brazo.Ya quisiera disponer de un juicio ponderado para cada dilema que se plantea una en la vida. En este me quedo en tablas.