Una mirada
Nunca había visto una erupción solar, y me ha embriagado. Muchos no lo entenderán. Como muchos no saben lo que es hacer el amor porque ellos prefieren comprarlo hecho. ¡Ignorantes!
Nunca había visto una erupción solar, y me ha embriagado. Muchos no lo entenderán. Como muchos no saben lo que es hacer el amor porque ellos prefieren comprarlo hecho. ¡Ignorantes!
Esta imagen de la NASA me ha cautivado. Advierten que se han registrado dos erupciones solares que podrían afectar a las comunicaciones. A mí la foto me ha cautivado. Y me ha inspirado calor, pasión y una mirada. Sí, una mirada. La he soñado en un rostro alegre como un látigo, triste en alegría de quien vence a la derrota, racial y radical. Cruce de caminos. Nada fingida. Con unos pómulos marcados, rompeolas y salvavidas de mi mirada profunda. Y el rostro acariciado por unas manos cargadas de biografía. Y la mirada, pirómana, honda, en la que arden todos los sentidos. Ya se sabe que en cada mirada se aloja un peligro y que la mirada necesita de la imaginación para sentir lo que observa. Y he visto en esa erupción del sol una mirada trepanada de dolor, de placer, de horror, de éxtasis, de gracia y desgracia. De ojos que han visto el mundo. Ojos de mujer de raíces.
Nunca había visto una erupción solar, y me ha embriagado. Muchos no lo entenderán. Como muchos no saben lo que es hacer el amor porque ellos prefieren comprarlo hecho. ¡Ignorantes!
Adoro las vidas de ordenado desorden, las pieles curtidas, las existencias a las que le sobreviene el infierno en cualquier momento. Me cautivan aquellas y aquellos que son perfectamente imperfectos, y se disfrutan en un lujo de afectos y complicidades que no pasan facturas. Quienes no se arrepienten, aunque llegue tormenta, porque si llega, la sortean como piratas expertos en dar la cara para que se la cicatricen si es preciso, a latigazos, pero de frente.
Y la mirada. Ardiente. Viva. Limpia. La mirada de quienes desertan del cálculo milimétrico y disfrutan, disfrutones, con las pupilas abrazadas a la sonrisa, tras encontrarse a deshora, hijos del exceso. Porque hay exceso, en el sol, en las miradas y en la vida. Observo este volcán de sol e imagino el pelo en llamas y el corazón latiendo a mil por hora. Vivo. Disfrutando y sufriendo. Apasionado. Como las miradas que merecen la pena. Yo conozco una.