Silencio en el infierno
Personas con nombre y apellido, sentadas y tumbadas en el suelo, esperan su muerte, inevitable, lejos de lo humano, allí donde la vida se convierte en una partitura tenebrosa, sangrienta, sin rastro de armonía.
Personas con nombre y apellido, sentadas y tumbadas en el suelo, esperan su muerte, inevitable, lejos de lo humano, allí donde la vida se convierte en una partitura tenebrosa, sangrienta, sin rastro de armonía.
1950. El compositor, John Cage, está atrapado. Vive obsesionado por el potencial musical del silencio. Lo considera un manantial de música, un manantial de vida del que pueden manar muchas sorpresas. Cage empieza a incluir el silencio en muchas de sus obras, en sus compases iniciales, intermedios y finales. Las notas dibujadas en la partitura, con sus silencios intercalados, seducen la mente del controvertido compositor.
Cage ama el silencio, el refugio del espíritu, el vacío del que salen todas las notas musicales. Lo busca con ansia, intenta encontrarlo en una tormenta de ruido que envuelve como un tornado a los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XXI. Busca, pero sin suerte.
En 1951, Cage visita la cámara anecoica de la Universidad de Harvard, una sala diseñada para absorber todas las ondas acústicas electromagnéticas y cuyas paredes impiden, también, la entrada del ruido exterior.
Una vez fuera escribe: “Oía dos sonidos, uno alto y otro bajo. El alto era mi sistema nervioso, y el bajo mi sangre en circulación”. En ese momento, Cage se da cuenta de que el silencio es imposible. Coge una partitura y la llena de compases en blanco, vacios, en busca de su ansiado objetivo, un objetivo que nunca llegará a percibir.
Esta foto grita con fuerza. Remueve el interior, agita los pensamientos y hace que tiemblen los cuerpos. Está llena de ruido. Personas con nombre y apellido, sentadas y tumbadas en el suelo, esperan su muerte, inevitable, lejos de lo humano, allí donde la vida se convierte en una partitura tenebrosa, sangrienta, sin rastro de armonía.
De repente, se escuchan disparos, ruido de metralla. El mundo parece detenerse. Ya no emerge ningún tipo de ruido. El silencio imposible se consigue. El compás agitado de los corazones se detiene de golpe, a la fuerza, sin piedad. Cage nunca imaginaría que el silencio soñado estuviera en el infierno. Cage nunca soñó con este silencio.