País, no
Estoy pasando unos días en casa de unos hijos míos. 7 hijos, de 14 años a 2 y medio. La casa está construida «alrededor» de los niños. La distribución no es convencional. Juguetes, clics, cuentos, balones, globos…El desorden se respira.
Estoy pasando unos días en casa de unos hijos míos. 7 hijos, de 14 años a 2 y medio. La casa está construida «alrededor» de los niños. La distribución no es convencional. Juguetes, clics, cuentos, balones, globos…El desorden se respira.
Estoy pasando unos días en casa de unos hijos míos. 7 hijos, de 14 años a 2 y medio. La casa está construida «alrededor» de los niños. La distribución no es convencional. Juguetes, clics, cuentos, balones, globos…El desorden se respira. La felicidad, también. Los niños juegan, como Dios manda. Gritan, como Dios manda. Corren, como Dios manda. Los vecinos de abajo, santos. Como Dios manda.
En China, orfanatos para niños abandonados. Un horror. Peor todavía: son niños no deseados. Pero, ¡¿cómo se puede «no desear» a un niño?!
Otra cosa -normal- es que cuando, en casa de mis hijos, juegan los 7, gritan los 7, lloran unos cuantos de los 7, pienses en Herodes y le comprendas, pero ¡no desear un niño!
En el orfanato, si pueden, les atenderán, les limpiarán, les alimentarán, pero quererles quererles, quererles de verdad, no. Se acabará la jornada laboral y los responsables del turno de día se irán a sus casas, a querer a sus hijos.
Leo cosas de China. Hoy mismo, alguien que viaja allí muy frecuentemente, me dice que China va bien. No puede ser verdad. Un país en el que están desbordados los orfanatos especializados en el aparcamiento (esa es la palabra exacta) de niños no deseados y tirados a la basura no va bien, por mucho que me lo asegure gente de fiar.
Un país no existe. Es un conjunto de personas. Y unas personas que hagan eso con los niños no forman un país. Forman una cosa con unas fronteras que no sé cómo se llama.
Pero país, no.