Cuando suena la campana
Suena la campana y debes ser capaz de dar todo lo que tienes, sin guardarte nada, sin temer nada, sin esperar nada. Quizás mañana sea el día y la hora. Quizás mañana suene tu campana.
Suena la campana y debes ser capaz de dar todo lo que tienes, sin guardarte nada, sin temer nada, sin esperar nada. Quizás mañana sea el día y la hora. Quizás mañana suene tu campana.
En Oregon se están celebrando estos días los Campeonatos del Mundo Junior de Atletismo. Escuchar las palabras “Oregon” y Atletismo” hace que venga a mi memoria el gran Steve Prefontaine, nacido en una pequeña ciudad de ese estado y uno de los atletas que más admiro. Pese a su muerte prematura en accidente de coche, permanece en el imaginario del mundillo atlético como uno de los grandes luchadores, como alguien que no se rendía jamás, que se vaciaba completamente en cada prueba.
Cualquier atleta que haya competido con un cierto nivel sabe que en el reino cruel del tartán, del 800 al 10.000, hay un momento clave en el que la adrenalina se dispara al máximo nivel posible: el momento en el que suena la campana y comienza la última vuelta.
Por mucho que hayas entrenado, por mucho que te hayas sacrificado durante meses o incluso años, si el sonido de la campana te encuentra mal situado, encerrado en la cuerda o tres metros por detrás de donde debieras estar, ya no te recuperarás nunca.
Lo mismo sucede en la vida. Suena la campana y debes estar listo, alerta, hábil, en el lugar adecuado, con el entreno en el cuerpo y la mente fijada en tu objetivo. Suena la campana y debes ser capaz de dar todo lo que tienes, sin guardarte nada, sin temer nada, sin esperar nada.
Quizás mañana sea el día y la hora. Quizás mañana suene tu campana.
¿Estás preparado?