¿Nos haces una foto?
Nunca eliges a quién confías tu suerte. El primero que pasa. Es una cosa espontánea. Él siempre accederá, amable, con una sonrisa. Normalmente, a los segundos de entregar tu amado aparatito, aborreces las garras de quien lo sujeta.
Nunca eliges a quién confías tu suerte. El primero que pasa. Es una cosa espontánea. Él siempre accederá, amable, con una sonrisa. Normalmente, a los segundos de entregar tu amado aparatito, aborreces las garras de quien lo sujeta.
De vacaciones con tu pareja, con tu ídolo, con los amigos de fiesta o cerca de la Torre Eiffel. ¿Nos haces una foto?
Nunca eliges a quién confías tu suerte. El primero que pasa. Es una cosa espontánea. Él siempre accederá, amable, con una sonrisa. Normalmente, a los segundos de entregar tu amado aparatito, aborreces las garras de quien lo sujeta.
Los resultados son dispares. Puede que te topes con un ser normal. Debes tener mucha suerte. Un encuadre simple. Bien. No pido más. Luego están el resto.
Está el que pone el dedazo en medio: un descuido. El que la saca torcida: bueno, le puede pasar a cualquiera. Al que le supera el mecanismo del botoncito. “Ay, ¿y esto cómo va?”. Paciencia. El del pulso de vibrador: que no se le caiga, que no se le caiga. El gracioso que hace zoom a las tetas de tu madre: me acuerdo de tu cara. El que graba un vídeo: tonto. El que saca desde tus zapatos a tu tupé y se olvida de la Torre Eiffel: por la mitad, bravo. El que se tira un minuto y cuando quitas la sonrisa… flash. El que la saca negra. O blanca. ¡Para qué tocarás! El que ordena a los que en ella aparecen: “Mejor ponte ahí que eres bajito”. Inspira… espira… Y, por último, mi favorito: el que sale por piernas. Que Dios te bendiga.
¿Echo otra por si acaso?. Si te hace ilusión… Va a dar igual. Allí donde haya un apoyo, un trípode, una base o plataforma, que se quiten los demás.