Coñá o no cantamos
Pedro Pubill se llamaba, aunque con una guitarra en la mano, a la que solía marear de tantas vueltas que la daba, siempre fue Peret. Así a secas, sin más apellido que ser el rey de la rumba catalana.
Pedro Pubill se llamaba, aunque con una guitarra en la mano, a la que solía marear de tantas vueltas que la daba, siempre fue Peret. Así a secas, sin más apellido que ser el rey de la rumba catalana.
Siempre recordaba los años duros en los que, como tantos miles de gitanos, él lo era, tenía que ganarse el pan vendiendo cortes de tela de Tarrasa, solía decir él aunque de Tarrasa no fueran, para poder llevar el pan a casa. Antes había vendido sandías y melones por los mercadillos de media España. Realmente vendía lo que fuera porque la de la venta ambulante fue su única carrera en esta vida antes de coger la guitarra.
Pedro Pubill se llamaba, aunque con una guitarra en la mano, a la que solía marear de tantas vueltas que la daba, siempre fue Peret. Así a secas, sin más apellido que ser el rey de la rumba catalana.
Siempre con una sonrisa, se pasaba por los escenarios de toda España escoltado por sus palmeros, cuatro pasos detrás, a modo de guardaespaldas . Tony, uno de ellos, el de gafas, murió hace unas semanas.
Recuerdo hace años en Londres, allá por los 70, que tuve que hacer de intérprete para la BBC con Peret y sus muchachos ya que actuaba en un espectáculo en el que también figuraban Tom Jones, Paul Anka y Cliff Richard. Estábamos en el famoso London Palladium, a dos pasos de Oxford Street. Era la hora del ensayo. No serían más de las dos de la tarde. Cuando llega el turno del catalán y sus palmeros, me dicen que les diga a los productores del programa que ellos sin dar unos cuantos tragos de coñá no pueden cantar, que necesitan calentar las cuerdas vocales. Los ingleses no daban crédito a lo que escuchaban. Imposible encontrar a estas horas una botella de coñá en ningún sitio. Ya se sabe que los británicos con eso del horario de las bebidas son muy raros. O al menos lo eran entonces. «Pues no cantamos…». Y así estuvimos más de media hora hasta que un ayudante del servicio de realización se fue a su casa a por una botella de Remy Martin que los tres músicos rumberos se cepillaron a morro en un abrir y cerrar los ojos ante la mirada atónica de de Tom Jones, que murmuró por lo bajines, pero suficientemente alto como para que le escucháramos los que por allí andábamos «Si yo tomo dos tragos de coñá como Peret no canto en dos meses…»
Seguro que ahora, con o sin coñá, Peret estará poniendo alegría en el cielo haciendo que hasta los tullidos, si los hay allá arriba, bailen al compás de sus canciones. «Y no estaba muerto, que no, que estaba tomando cañas…»