El lince ibérico de la banca
Emilio Botín tenía el aspecto de lo que era. Un banquero en toda su dimensión. Trabajador infatigable y hombre de la banca de día y de noche. Gato pardo y con espolones.
Emilio Botín tenía el aspecto de lo que era. Un banquero en toda su dimensión. Trabajador infatigable y hombre de la banca de día y de noche. Gato pardo y con espolones.
“Europe ?s foxiest banker has built a financial powerhouse by prominent foreign for bargain prices.”
Así empezaba la revista Fortune su entrevista a Emilio Botín en marzo de 2012. Y cuando echas un vistazo a los obituarios dedicados a su figura en The New York Times, BBC World, Wall Street Journal o Bloomberg te llevas una ligera idea de lo que ha significado el presidente del banco más importante de España, el segundo de Europa y el primero de Latinoamérica.
Vaya por delante que no conocía a Don Emilio, ni siquiera estaba familiarizada con su vida habitual y no sé más del personaje y de la persona de lo que sabe la media española al respecto a través de los medios de comunicación.
Y es por ello me he visto gratamente sorprendida escribiendo sobre su figura atendiendo a la petición de The Objective en aras de recoger impresiones de todo tipo y condición.
Emilio Botín tenía el aspecto de lo que era. Un banquero en toda su dimensión. Trabajador infatigable y hombre de la banca de día y de noche. Gato pardo y con espolones. Sus genes y su herencia familiar marcarían, entiendo, su destino desde su más tierna juventud y consiguió lo que se propuso: situar a la banca española en el Everest del sistema financiero.
Como todos los grandes personajes de la historia y de los que quedan en el presente, tenía sus luces y sus sombras. Pero si Emilio Botín hubiera nacido en Concord, New Hamspshire, estaría todo el país de luto al completo. Pero lo hizo en Santander. Y a pesar de lo que su ciudad, su región y su nación le deben, con todas las obras de carácter social que no todos conocen pero que ahí quedan, la mezquindad, hoy, en España se ha instalado y se ha puesto cómoda. Porque el miserable no quiere ser mejor. Quiere, simplemente, que los demás sean peores.
Pero yo, insisto, quien no tenía ningún tipo de relación con el señor Botín ni con nadie de su entorno inmediato, le debo como española haber tenido a uno de los mejores embajadores de los que mi país haya podido disfrutar. Y quizás me conforme con poco, quizás sea agradecida en exceso, porque para una servidora, es motivo más que suficiente para desearle a toda su familia y a todos los empleados a los que ha proporcionado un puesto de trabajo, mis más sinceras condolencias.