La estética de la tortura
Esto se hace en nombre de la tradición, porque en nombre de la cordura no se podría. Es una fiesta de locos. Que se trate de una tradición del siglo XVI o que se haga en más de 140 municipios españoles no lo convierte en cultura.
Esto se hace en nombre de la tradición, porque en nombre de la cordura no se podría. Es una fiesta de locos. Que se trate de una tradición del siglo XVI o que se haga en más de 140 municipios españoles no lo convierte en cultura.
En la fotografía ‘El Toro Jubilo se viste de fuego’ de Concha Ortega (2010) se puede ver uno de los rituales más crueles del mundo. Se pretende con esta fotografía invitar al diálogo estético y conceptual. Me aterra la idea de dialogar sobre la tortura pero acepto expresar mi opinión. De las 10 fiestas más crueles del mundo en las que se maltratan animales, esta es la segunda en el ranking y España tiene el dudoso honor de ser el país en el que 9 de esos 10 festejos tienen lugar en su territorio. Solo la matanza de delfines en Dinamarca se celebra en otro país.
En el «Toro Jubilo» en Medinaceli (Soria) se agarra a un toro en nombre de la tradición, retorciéndole el cuello hasta dejarlo inmovilizado a un poste de madera. Aprovechando que el animal no puede moverse, se le colocan dos bolas impregnadas de sustancias inflamables en los cuernos a las que se prende fuego, bolas que arden en el encierro nocturno iluminando la cara de los cientos de sádicos asistentes que estallan en aplausos al ver que sus impuestos sirven para pagar la tortura pública prometida. El fuego, el dolor por las quemaduras y el pánico del toro es lo que ofrece el espectáculo. Así comienza una larga noche de tortura para el animal en la que, con los ojos abrasados por el calor y las llamas, corre intentando huir a ciegas con los cuernos envueltos en llamas, mugiendo de terror y dolor. Un ritual que se practica en nombre de la tradición, porque en nombre de la cordura no se podría. Es una fiesta de locos.
Ya que me invitan a un diálogo estético y conceptual sobre este rito diré que no encuentro valor estético alguno en la mera contemplación del sufrimiento y que conceptualmente roza la demencia el hecho de disfrutar viendo cómo un animal aterrorizado se va quemando poco a poco, atrapado por el fuego. Que se trate de una tradición del siglo XVI o que se haga en más de 140 municipios españoles no lo convierte en cultura, la barbarie nunca será cultura, solo sigue siendo una tortura consentida que se extiende en el espacio y el tiempo. Una fiesta que ha durado demasiado.