THE OBJECTIVE
Jaime Mariño Chao

Cariño, apaga la luz

Por dura que fuera la vida antes, al menos había siempre el consuelo de la belleza. Ahora los hombres caminan con la cabeza baja, porque saben que arriba no hay nada que ver. Por robar, nos han robado hasta el cielo estrellado.

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Cariño, apaga la luz

Por dura que fuera la vida antes, al menos había siempre el consuelo de la belleza. Ahora los hombres caminan con la cabeza baja, porque saben que arriba no hay nada que ver. Por robar, nos han robado hasta el cielo estrellado.

Hubo un tiempo en el que el ser humano levantaba la vista cualquier noche de su vida y veía las estrellas. Ahora, para que los millones de «urbanitas» podamos hacerlo, tenemos que hacer una excursión kilométrica, huyendo del hongo de luz que poliniza todas las ciudades. Por dura que fuera la vida antes, al menos había siempre el consuelo de la belleza, de la inmensidad al alcance de nuestros ojos. Ahora los hombres caminan con la cabeza baja, porque saben que arriba no hay nada que ver. Por robar, nos han robado hasta el cielo estrellado.

La belleza es solamente una de las pérdidas causadas por el exceso de luz en las urbes. Otra, y muy importante, se relaciona con la salud, con el descanso y con los hábitos del sueño.

La noticia habla de alteración en el comportamiento de los animales, pero los estudios realizados con seres humanos hablan de fatiga visual, efectos en la retina, en la secreción natural de melatonina y de un aumento de la irritabilidad y el mal humor.

¿Cómo huir de todo eso? Disminuyendo en lo posible la exposición a la luz artificial, sobre todo cuando estamos dormidos. Hay personas que tienen la costumbre de dormir con una luz encendida, una suave lámpara en la mesilla, o la luz del pasillo o del cuarto de al lado. Pero lo aconsejable es dormir envuelto en la oscuridad natural de la noche. Es lo mejor para nuestros biorritmos y nuestra salud.

A mí, personalmente, esta noticia me viene de perlas, porque cada noche se produce un debate en la habitación conyugal con dos bandos irreconciliables. De un lado yo, que me levanto a las cinco y media de la mañana y quiero oscuridad, silencio y sosiego; del otro lado mi mujer, que no madruga tanto y quiere una lamparita luciendo, el móvil “guasapeando” y la tele en silencio como compañía.

Así que ya sabes cariño, apaga la luz.

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