¿Cuál de mis tesoros es el mayor?
Hubo un tiempo en que esta imagen habría encajado en un país en blanco y negro, por ello su mezcla de lejanía geográfica y cercanía emocional impacta. La batalla por la supervivencia se juega en lo pequeño.
Hubo un tiempo en que esta imagen habría encajado en un país en blanco y negro, por ello su mezcla de lejanía geográfica y cercanía emocional impacta. La batalla por la supervivencia se juega en lo pequeño.
Hubo un tiempo en que esta imagen habría encajado en un país en blanco y negro, por ello su mezcla de lejanía geográfica y cercanía emocional impacta. La batalla por la supervivencia se juega en lo pequeño, en los detalles cotidianos que hilvanan existencias corrientes. Los viejos maestros del periodismo subrayaban que, acerca de un crimen, impacta más la visión de un zapato desparejado en mitad del asfalto que la de su dueño muerto. La fotografía es dramática no solo por lo que denuncia -el corrosivo avance del Estado Islámico en la frontera turca-, sino porque en ella se desliza el brutal desarraigo de una marcha apresurada donde el individuo debe de elegir qué llevarse y qué dejar. Para el hombre moderno suena difícil esta decisión pues nuestro apego a lo material es enorme; quién no se ha preguntado alguna vez qué salvaría de su casa en un fatídico incendio, sin embargo por dura que parezca la hipótesis, mayor resulta la certeza de no regresar al hogar como les sucede a estas familias.
Acarrear solo una parte de lo que uno posee, habiendo sacrificado el resto de su vida en la huida, deja miradas colgando y un sentimiento de pérdida insondable. Niños llenos de preguntas y abuelos desolados invocando a la muerte para que les lleve pronto; hombres intoxicados de rabia y mujeres apegadas a una cacerola.Los españoles olvidamos muy pronto, porque hace apenas un par de generaciones arrastrábamos colchones como quien porta un tesoro y ahora los cambiamos a la mínima sin el menor cariño al viejo con la excusa de paliar el dolor de espalda. Está bien perdonar, pero la desmemoria nos hace perder la capacidad de emocionarnos ante la desolación de un niño cargado de cojines. Su tristeza es la misma que la de nuestros abuelos.