Masacres y solidaridades olvidadas
En 2011, el canadiense Philippe Falardeau triunfó en todo el mundo y optó al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa con su conmovedor drama Profesor Lazhar. Ahora vuelve a remover la conciencia del espectador con La buena mentira.
En 2011, el canadiense Philippe Falardeau triunfó en todo el mundo y optó al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa con su conmovedor drama Profesor Lazhar. Ahora vuelve a remover la conciencia del espectador con La buena mentira.
En 2011, el canadiense Philippe Falardeau triunfó en todo el mundo y optó al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa con su conmovedor drama ‘Profesor Lazhar’. Ahora vuelve a remover la conciencia del espectador con ‘La buena mentira’, donde recrea la angustiosa odisea de cuatro hermanos sudaneses cristianos durante la llamada Segunda Guerra Civil Sudanesa, el conflicto armado más dilatado y sangriento de las últimas décadas. Entre 1983 y 2011 —año de la independencia de Sudán del Sur—, el ejército y las milicias musulmanas del Norte asesinaron a casi dos millones de civiles del Sur —cristianos en su mayor parte— y desplazaron de sus casas a otros cuatro millones. Como los protagonistas de la película, algunos miles fueron acogidos como refugiados en Estados Unidos gracias a la acción de diversas ONGs y de activistas sociales como la que interpreta aquí la oscarizada Reese Witherspoon.
‘La buena mentira’ no alcanza la rotundidad de ‘Profesor Lazhar’, pues su duro primer tercio —ambientado en Sudán— es menos blando y previsible que el resto del filme, sobre los problemas de integración de los cuatro hermanos en Estados Unidos, los tres varones en Kansas City, y la chica en California. De todas formas, Witherspoon mantiene su alto nivel habitual, y los cuatro actores sudaneses derrochan veracidad hasta en los sorprendentes golpes de humor, al tiempo que Falardeau confirma su potencia visual y su capacidad emocional. Además, la estimable banda sonora de Martin Leon se completa con varias canciones espléndidas, que fusionan ritmos africanos con otros típicamente Made in USA. Pero, sobre todo, Falardeau rescata del olvido la tragedia sudanesa y logra que su exaltación de la caridad cristiana obligue al espectador a pensar sobre el verdadero sentido de la felicidad, alejado quizás de las ideas dominantes en Occidente.