Los únicos buenos

Se suele decir que la libertad de una persona termina donde empieza la libertad de la persona que tiene enfrente. También se dice que cada uno tiene que luchar sus propias batallas.

Se suele decir que la libertad de una persona termina donde empieza la libertad de la persona que tiene enfrente. También se dice que cada uno tiene que luchar sus propias batallas. Pero la retorcida naturaleza del ser humano le lleva a luchar no sólo por sus deseos, sino porque otros no consigan los suyos. 

Vean, si no, esta fotografía. Es la cabecera de una manifestación en París. Carritos de la compra, bebés y encapuchados anónimos. No piden algo para ellos, ni para otros, no se están defendiendo, ni defendiendo a los demás. Están intentado que se recorten los derechos a otras personas. Miles de manifestantes han recorrido París contra la gestación subrogada y la procreación asistida para lesbianas. El movimiento La Manif Pour Tous nació para protestar contra el matrimonio homosexual, pero se ha convertido en una amalgama que reacciona contra todo lo que se sale de la que la tradición europea entiende como familia tradicional.

¿Entenderían como lógico que los habitantes del cuarto izquierda prohibieran que sus vecinos del tercero derecha cenaran pizzas sólo porque a ellos les parece mal? ¿O que los del entresuelo vieran determinada cadena de televisión? ¿O que los de enfrente leyeran libros en formato electrónico? Entonces, ¿por qué nos parece natural que alguien exija que otras personas no puedan ser padres, o no puedan legalizar su matrimonio? ¿Sólo porque nuestro estilo de vida nos parece el único válido? ¿El mejor?