THE OBJECTIVE
Jaime Mariño Chao

Canción de amor a Lisboa

Amarte es comprender que eres imperfecta. Saber que vas, vienes, subes y bajas, pero que eso no significa que quieras estar sola. Es tu manera de decirnos que no todos los días van a ser hermosos, y que el que quiera conquistarte tiene que aceptarte tal como eres.

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Amarte es comprender que eres imperfecta. Saber que vas, vienes, subes y bajas, pero que eso no significa que quieras estar sola. Es tu manera de decirnos que no todos los días van a ser hermosos, y que el que quiera conquistarte tiene que aceptarte tal como eres.

Me enamoré en cuanto te vi aquella mañana de agosto. Yo cruzaba el puente “25 de abril” y te intuí a mi derecha. Entonces giré la cabeza y quedé enredado en tus colinas. Un fuerte destello me deslumbró; mi mujer dice que fue el sol reflejado en unos ventanales lejanos, pero yo sé que me guiñaste un ojo, seductora, dándome la bienvenida. Desde ese momento, en que todavía no te conocía, comencé a quererte.

Amarte, Lisboa, es subirse apresuradamente a un tranvía, el 28 a poder ser, y dar tumbos por la ciudad llenándonos los ojos de colores y balcones.

Amarte es demorarse en compañía en la Plaza del Comercio: sentarse a dejar que el Tajo se vaya llevando la tarde y nos traiga una luna anaranjada sobre el Cristo de Almada.

Amarte es comprender que eres imperfecta. Saber que vas, vienes, subes y bajas, pero que eso no significa que quieras estar sola. Es tu manera de decirnos que no todos los días van a ser hermosos, y que el que quiera conquistarte tiene que aceptarte tal como eres.

Te escondes a algunos, detectas a los duros de corazón y te enfurruñas cuando no saben mirar más allá de tus fachadas desconchadas. Entonces les martirizas todo el fin de semana con la incomodidad de tus cuestas y el dolor de tus adoquines.

Pero eso es solo a unos pocos. Al resto les regalas un pastelito de Belem, le sumas una tarde soleada camino de los Jerónimos y una cena en el Bairro Alto con café en A Brasileira y con eso ya los haces felices. Y a algunos escogidos, les permites el don de extraviarse en el laberinto de Alfama en plena noche y escuchar a lo lejos unas guitarras que son como el eco de un lamento que te llama.

Si yo fuera poeta, Lisboa, te regalaría una preciosa canción de amor, en la que diría muchas cosas que ahora no sé decir. Cosas como que conocerte me ha traído felicidad y dolor a la vez. No sé como expresarlo.

Aunque creo que tú, Lisboa, lo llamas “saudade”.

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