¿Cuál será tu verso?
Se me resiste la rima, se me esfuman las palabras, me quedo sin tinta, el papel se me moja en las tormentas e incluso a veces me quedo dormido de puro cansancio.
Se me resiste la rima, se me esfuman las palabras, me quedo sin tinta, el papel se me moja en las tormentas e incluso a veces me quedo dormido de puro cansancio.
Nunca tuve un profesor como John Keating, que me abriera las puertas de la poesía; que me susurrara aquello de “Carpe Diem” o que me hiciese subirme a las mesas. Tuve que conformarme con leer una y otra vez “Platero y yo”, hacer un millón de “análisis sintáctico de las siguientes frases” y hacer dos millones de redacciones del tipo de “las abejas” o “la primavera”.
Pero, por suerte, el profesor Keating llegó a mi vida a través de una película. En aquella sala de mi pequeño pueblo gallego, gracias a la magia inefable del cine, el señor Keating me hablaba a mí, solo a mí, y me decía que mi vida tenía derecho a ser maravillosa, que yo era importante, único, irrepetible y valioso.
“Haced que vuestras vidas sean extraordinarias” les decía a sus alumnos. Y esa rebeldía ante el propio destino, ese inconformismo vital, es un poderoso motor que jamás acaba su combustible y que te empuja hacia intentar ser la mejor versión posible de ti mismo.
La vida es como una obra de teatro – les contaba a los chicos que le rodeaban y le escuchaban hipnotizados-. Una obra de teatro inacabada que viene representándose desde la noche de los tiempos y en la que cada uno de nosotros, señores o siervos, jefes o empleados, ignorantes o sabios, puede contribuir con un verso.
“¿Cuál será tu verso?” les preguntaba.
Yo intento escribir el mío golpe a golpe. Se me resiste la rima, se me esfuman las palabras, me quedo sin tinta, el papel se me moja en las tormentas e incluso a veces me quedo dormido de puro cansancio.
Pero yo escribiré mi verso, señor Keating. Se lo prometo.