No ha sido un accidente
La compartición siempre ha estado en nosotros, latente en mayor o menor medida. Ha convivido con el poder, con la fuerza competitiva, con el conmigo o contra mí.
La compartición siempre ha estado en nosotros, latente en mayor o menor medida. Ha convivido con el poder, con la fuerza competitiva, con el conmigo o contra mí.
Jiddu Krishnamurti dijo que “no es síntoma de buena salud sentirse adaptado a una sociedad enferma.” Hay una tecla que apenas hemos tocado. Atribuimos los problemas de salud y moralidad de nuestra sociedad y nuestro sistema económico a los últimos 200 años, pero esta cuestión viene de más lejos. Del inicio. De cuando tuvimos que elegir entre competir y compartir.
La compartición siempre ha estado en nosotros, latente en mayor o menor medida. Ha convivido con el poder, con la fuerza competitiva, con el conmigo o contra mí. Ha estado presente desde las cuevas y tribus prehistóricas hasta la Rusia de Putin. Pero no ha sido explotada, socialmente nos hemos decantado por la competición. Nos ha servido y sido más útil. Individual y colectivamente. En primer lugar, para sobrevivir, y en segundo y directamente relacionado con el primero, para avanzar en todos los campos del conocimiento. Somos un animal competitivo, pero también somos un ser colaborativo y compartitivo. Depende de qué hacemos y dónde nos enfocamos. Creo que estamos en un punto de inflexión y que los datos sociales y económicos así lo corroboran. Es el momento de la transición individual y colectiva a entender el progreso no como “lo mejor para uno”, sino como lo “mejor para uno y para los demás.”
En la India han nombrado un ministro de Yoga. Anualmente acuden a este país miles de peregrinos para realizar ejercicios espirituales. En Occidente estas prácticas también han ganado adeptos en las últimas décadas. Y han aflorado coaches, terapeutas y gurús para todos los gustos y necesidades. Pero en España 3500 personas se quitan la vida cada año y casi un millón lo hace en todo el Mundo. El suicidio provoca en nuestro país más muertes que los accidentes de tráfico, los accidentes laborales y los homicidios juntos. Con terapeutas, coaches y gurús; y sin ellos. Y el fenómeno del suicidio está infradeclarado, oculto entre los distintos cómputos que se acaban clasificando como accidentes. Y en la India sigue habiendo una miseria que quita el aliento al más curtido conviviendo con violaciones y amputaciones a mujeres y niños que suceden a diario. Con y sin ministro de Yoga.
Hemos creado una cultura del consumismo paralela a la que ya teníamos y que asociamos a la comida basura, las grandes estrellas del deporte, el sueño americano y la competitividad; pero nos hemos trasladado a otra igual. Hemos cambiado los cromos. Ahora consumimos terapias naturales, hacemos running, comemos comida orgánica y cantamos mantras por la calle. Con un par de cursos de coaching, otro de reiki, unas constelaciones familiares y leyendo a Goleman y a Borja Vilaseca pensamos que ya estamos en disposición de vender a los demás que con nosotros conseguirán desarrollar su potencial en todos los aspectos de sus vidas, y que nos deben pagar por ello. El sabio no sabe y es discreto. Dice con lo que hace y sirve en silencio, sin ostentar, sin alimentar su ego. Aún así, celebro que haya tantas personas dispuestas a tratar de construir un mundo mejor. Es indispensable y saludable quedarnos con aquello que nos une, no con lo que nos divide.