Cuando lo viejo sigue estando presente en lo nuevo
Quizá llegaría un momento en que todo caería por su propio peso la corrupción no puede ser sostenible eternamente- y los viejos políticos estaban destinados a dejar paso a nuevas fuerzas políticas.
Quizá llegaría un momento en que todo caería por su propio peso la corrupción no puede ser sostenible eternamente- y los viejos políticos estaban destinados a dejar paso a nuevas fuerzas políticas.
El panorama político ha dado un giro copernicano en un periodo de tiempo ínfimo. Nadie, o casi nadie, pronosticó tres años atrás un gobierno como el de Tsipras en Grecia, el crecimiento del partido de Marie Le Pen en Francia o el ascenso meteórico de partidos como Podemos y Ciudadanos en España.
Quizá llegaría un momento en que todo caería por su propio peso – la corrupción no puede ser sostenible eternamente- y los viejos políticos estaban destinados a dejar paso a nuevas fuerzas políticas.
Ante estos hechos, la comunicación política se ha renovado dando lugar a dos velocidades comunicativas divididas entre los nuevos y los viejos partidos. Las nuevas formaciones han sabido hacer de la comunicación el punto fuerte de sus campañas convirtiendo Twitter en el contenedor de su ideología a la vez que poseen un feedback con sus simpatizantes e informan de las entrevistas a sus líderes o sus logros en las encuestas a falta de un hecho fehaciente en unas elecciones. La otra clave la encontramos en las tertulias televisivas que se erigen como un baluarte propagandístico de primer nivel. Mientras, los partidos tradicionales siguen anclados en las viejas formas comunicativas basadas en mítines y notas informativas institucionales que se oponen al acercamiento a la ciudadanía.
El panorama de comunicación política ha cambiado pero, sin embargo, hay algo que es imperturbable: la comunicación política muchas veces, más que comunicar, busca adoctrinar. El adoctrinamiento político no entiende de nuevos o viejos partidos. Y frente a él solo hay una solución: ser autocríticos.