Sobre el mal
La maldad nos acompaña desde que el hombre es hombre. Se hace palpable en las grandes victorias de lo perverso, en los gulags, en los pogromos, en los gaseamientos, en el genocidio de Ruanda o de Pol Pot, en los degollamientos y crucifixiones del Estado Islámico, en los atentados de ETA.
La maldad nos acompaña desde que el hombre es hombre. Se hace palpable en las grandes victorias de lo perverso, en los gulags, en los pogromos, en los gaseamientos, en el genocidio de Ruanda o de Pol Pot, en los degollamientos y crucifixiones del Estado Islámico, en los atentados de ETA.
La caída al abismo duró ocho minutos. Cuando el comandante salió de la cabina y cerró la puerta tras de sí, el piloto Andreas Lubitz comenzó el descenso que acabaría con su vida y la de 149 personas más. En las grabaciones de la caja negra se escucha el respirar de Lubitz, con una cadencia suave y pausada, parece que de normalidad, a pesar de las alarmas, los gritos y golpes del comandante al otro lado de la puerta blindada, o la desesperación de los pasajeros a pocos metros de las montañas nevadas.
A pesar de que está a punto de asesinar fría y miserablemente a más de un centenar de personas, Andreas Lubitz inspira y expira sosegadamente, en el más absoluto y aterrador silencio. En la cabina no hubo sollozos, ni el más leve suspiro ante un suicidio y una matanza inminente. El vacío del silencio solo se llena ahora por la magnitud del mal infligido.
La maldad nos acompaña desde que el hombre es hombre. Se hace palpable en las grandes victorias de lo perverso, en los gulags, en los pogromos, en los gaseamientos, en el genocidio de Ruanda o de Pol Pot, en los degollamientos y crucifixiones del Estado Islámico, en los atentados de ETA. Pero el mal embadurna con su viscosidad maloliente nuestras ciudades y nuestros vecindarios, con constantes violaciones, abusos, asesinatos.
Hay maldad en la mente trastornada de un hombre deprimido cuando decide que su sueño inalcanzable de ser comandante de Lufthansa vale más que la vida y los sueños de 149 personas más. También hay maldad en la grosería moral de aquellos que en las redes sociales tienen la cabeza tan metida dentro de su propio culo que no alcanzan a ver nada más que la mierda que les rodea, para ellos también más valiosa que la vida de las víctimas que la perdieron en los Alpes. Si el mal es la ausencia del bien, nuestra única arma en esta batalla épica de la Humanidad es llenar nuestra vida y la de los que nos rodean de actos buenos. El primer paso, sin duda, es honrar a los caídos.