Mucho circo y poco pan
El circo generado con cada nuevo suceso es cada vez más previsible, más irrespetuoso y más detestable. Informaciones íntimas e innecesarias se publican con total libertad y ningún reparo en medios grandes y pequeños. Se colocan etiquetas rápidamente a víctimas y verdugos en función de los tópicos del momento, se divulgan sus aficiones y sus vidas cotidianas a partir del minuto cero, se cuelgan fotos de sus casas, de familiares o amigos rotos. Etcétera etcétera etcétera.
El circo generado con cada nuevo suceso es cada vez más previsible, más irrespetuoso y más detestable. Informaciones íntimas e innecesarias se publican con total libertad y ningún reparo en medios grandes y pequeños. Se colocan etiquetas rápidamente a víctimas y verdugos en función de los tópicos del momento, se divulgan sus aficiones y sus vidas cotidianas a partir del minuto cero, se cuelgan fotos de sus casas, de familiares o amigos rotos. Etcétera etcétera etcétera.
Una mezcla de hastío y asco me sobreviene cada vez que sucede una tragedia. Y no por la tragedia en sí misma, sino por todo lo que se va a generar desde muchos medios de no comunicación a partir de ese momento. Me nacen una especie arcadas en la boca del estómago que solo desaparecen si dejo de consultar noticias y redes sociales.
Si no lo hago las arcadas pasan a convertirse automáticamente en un vómito ácido y ganas irremediables de tirar el ordenador y la tele por la ventana. Pero como la gente que pasa por debajo de mi casa no tiene la culpa de que se pierda el respeto por sistema, cuando sucede algo así me desconecto y vuelvo paulatinamente a la red en uno, dos o tres días, en función de la magnitud de la tragedia y la consecuente duración del espectáculo mediático.
El circo generado con cada nuevo suceso es cada vez más previsible, más irrespetuoso y más detestable. Informaciones íntimas e innecesarias se publican con total libertad y ningún reparo en medios grandes y pequeños. Se colocan etiquetas rápidamente a víctimas y verdugos en función de los tópicos del momento, se divulgan sus aficiones y sus vidas cotidianas a partir del minuto cero, se cuelgan fotos de sus casas, de familiares o amigos rotos. Etcétera etcétera etcétera.
No importa que se pueda añadir más dolor o angustia al que ya existe o que los protagonistas sean menores de edad. No importa nada. Es un ejercicio de perversidad camuflada tras la necesidad de lograr audiencia. Aquí no importan los medios sino el fin; no importa el cómo sino el cuánto. Y cualquier titular de mierda está justificado si con él se consigue llamar la atención. La deriva sensacionalista de parte de la prensa de este país da tanto asco que a veces una se pregunta si se habrá equivocado de profesión o de planeta.