Esa elasticidad británica
Es una incógnita prever las maniobras de un conservador compasivo como Cameron o un laborista no poco enrocado como Miliband.
Es una incógnita prever las maniobras de un conservador compasivo como Cameron o un laborista no poco enrocado como Miliband.
A la caída del Imperio Británico, cierto secretario de Estado norteamericano dictaminó que a Gran Bretaña le tocaba redescubrir su papel en el mundo. Medio siglo después, en ningún caso puede decirse que a los británicos les haya ido mal: siguen siendo –como afirmó Cameron en vísperas del referéndum escocés- “la potencia mundial del poder blando”, y en cuanto a su “poder duro”, aún se hace sentir allá en el G7 o en el Consejo de Seguridad. De ayer a hoy, la política británica ha sabido ser fiel a su elasticidad de siempre, desde aquel “nunca habéis vivido como ahora” del conservador Macmillan a la reacción pionera ante la crisis del laborista Brown. Entre medias, el país supo alzarse de sus cenizas: la patria chica de la Revolución Industrial tuvo que implantar una drástica reconversión industrial y, pasados los “inviernos del descontento”, Gran Bretaña ha crecido aceleradamente en todo lo que va de la Thatcher al New Labour. La renovada pujanza de Londres es su mejor espejo.
Sin la pompa y circunstancia de otros tiempos, renovar la Cámara de los Comunes sigue siendo una ocasión señera: en algo se tiene que hacer valer el neogótico de Westminster como “madre de los Parlamentos”. En el XIX más anglófilo, los europeos alabaron a los británicos por entender la vida política no “como una teoría de gabinete”, sino “como un asunto de tacto en el que no se debe proceder sino con moratorias, transacciones y acuerdos”. Esas sutilezas fueron, de siempre, especialidad británica, y ahora va a hacer falta esmerarse en el tacto para poder formar Gobierno: el staccato de las encuestas da un día el liderazgo a Cameron y otro día a Miliband, pero sin mayorías consistentes y en el marco de un “parlamento colgado”. Ahí, la geometría de los pactos resulta poco practicable en vista de que los liberales no tendrán musculatura suficiente y tanto los independentistas escoceses como los “little Englanders” de UKIP resultan compañías tóxicas. Es una incógnita prever las maniobras de un conservador compasivo como Cameron o un laborista no poco enrocado como Miliband. Son las elecciones más abiertas que se recuerdan y los británicos tienen la oportunidad de demostrar que –como decía Ortega- ellos hacen política y los demás hacen definiciones. A saber si, en virtud de una venerable tradición constitucional, no termina por mediar Isabel II entre bambalinas: reina con Churchill y reina con Cameron, ella sí que sabe de política.