Nadie sufrió más que nosotros
Los polacos sabían, como nosotros sabemos, de tantas lecciones que la otra Europa dio a esta Europa
Los polacos sabían, como nosotros sabemos, de tantas lecciones que la otra Europa dio a esta Europa
El Giotto había pintado ya sus frescos, Dante había compuesto la Comedia, España estaba cerrada a falta del reino de Granada. Sólo entonces el cristianismo se abre paso por “el alentar pagano” de los bosques de entre Polonia y Lituania. Por esta razón, el nóbel Milosz llamará “la otra Europa” a aquel Este de pura lejanía. Y por esta razón, Herbert, prófugo y poeta, se sentirá “un bárbaro en el jardín” al viajar por Francia y por Italia.
En “Una nación pequeña le escribe una carta a Dios”, Zagajewski nos cuenta más verdades de Polonia: “nunca nadie ha sufrido más que nosotros, ni lo ha hecho con tanta dignidad durante tanto tiempo, pese a haber perdido toda esperanza”. Su frase martirial, en realidad, está escrita con la misma sordina con que Herbert y Milosz parecen afanarse en el denuesto, pero ellos sabían -como nosotros sabemos- de tantas lecciones que la otra Europa dio a esta Europa, desde los tiempos de la Batalla de Viena al alzamiento de Varsovia o aquella hora heroica de la intransigencia que fue la resistencia al comunismo. Hoy hay un punto de incomodidad al ver que, en esa Polonia, fue en no pocas ocasiones la fe la que defendió los valores de la razón humana.
Cuando Jaruzelski disuelve Solidaridad y proclama la ley marcial en 1981, Herbert, “demasiado viejo para llevar las armas”, se resigna “al mediocre papel de cronista” y resume la herencia totalitaria: “si perdemos nuestras ruinas, nada nos quedará”. Sólo sus sueños –nos dice- no habían sido humillados. Al final, Polonia fue libre y se derribó el muro. El futuro no está escrito: es otra de las lecciones de “la patria de las manzanas, las colinas, los ríos perezosos, el vino agrio y el amor”, de la indómita Polonia de la libertad.