Sopa china

Los niños se socializan a través de juegos, sin abandonar su educación. En cada una de sus actividades despliegan media docena de emociones puras que irán contaminándose después con los años.

Ahí me han dado. Como una flecha certera en la boca del estómago que centrifuga el almuerzo. La infancia es un enigma y un libro abierto a la vez, pero la de la imagen amenaza con convertirse en una condena. La instantánea ilustra la última moda china que consiste en mostrar a los niños los lujos del mundo adulto, como acicate para prosperar en sus estudios. “¿Quieres alcanzar esto? Ponte a estudiar”, deben de rumiar a sus hijos los padres de la foto. La mayoría de los pequeños no entenderán qué hacen en una casa ajena a la suya, salvo que su familia vaya a comprarla, en cambio sus progenitores se darán por satisfechos creyendo que estimulan la competitividad en sus hijos. El divorcio entre ambos mundos es abismal. Ser embajadora de Unicef te dota de un radar invisible que alerta sobre cualquier comportamiento pernicioso y no cabe duda de que un grupo de padres enseñando las “maravillas” de un adosado como paradigma del triunfo, lo parece. Y mucho. Si de niña me hubieran llevado a ese parque temático del éxito solo habría visto una piscina donde bañarme y sí, la hubiera preferido al río del pueblo –helado cual glaciar-; pero no hubiera dirimido entre una cocina de inducción y el fogón de gas. Mis sueños eran otros.

Los niños se socializan a través de juegos, sin abandonar su educación. En cada una de sus actividades despliegan media docena de emociones puras que irán contaminándose después con los años. No obstante el frikismo chino apenas maquilla un problema real: el de infectar la infancia sometiéndola a los parámetros del mundo adulto y hurtándonos de lo que debería de acompañarnos un tiempo aún más largo. Cercenar la inocencia es traumático. Hacerlo antes de lo debido, peor.