Donde el cielo siempre es gris
Es probable que se topen con paisanos que dilatan la visita al médico porque anda a un puñado de kilómetros que cualquiera los camina, o porque los galenos de especialidades cada vez más raras infunden respeto o porque la vida no da más de sí y prefieren dejar hacer a la parca a su antojo; pero la exigua línea que separa la salud de la enfermedad no entiende de excusas. Menos aún de presupuestos ni políticas administrativas.
Es probable que se topen con paisanos que dilatan la visita al médico porque anda a un puñado de kilómetros que cualquiera los camina, o porque los galenos de especialidades cada vez más raras infunden respeto o porque la vida no da más de sí y prefieren dejar hacer a la parca a su antojo; pero la exigua línea que separa la salud de la enfermedad no entiende de excusas. Menos aún de presupuestos ni políticas administrativas.
Hay que conocer Galicia para entenderla. Quererla es fácil. Uno se sitúa en un acantilado de Costa Do Morte, cuelga la vista en el horizonte y desde ese fin del mundo lo demás resulta baladí. Conviene ir ligero de equipaje por sus aldeas, sostener la mirada a sus gentes y dejarse rozar por los dedos de sus fantasmas para comprender que esa tierra de nadie es muy suya. Quienes la crucen a partir de septiembre a bordo de esos dos hospitales rodantes seguro lo saben.
Es probable que se topen con paisanos que dilatan la visita al médico porque anda a un puñado de kilómetros que cualquiera los camina, o porque los galenos de especialidades cada vez más raras infunden respeto o porque la vida no da más de sí y prefieren dejar hacer a la parca a su antojo; pero la exigua línea que separa la salud de la enfermedad no entiende de excusas. Menos aún de presupuestos ni políticas administrativas.
A veces alguna decisión reconcilia al ciudadano con quienes los gobiernan. Pocas, cierto. La Xunta probará tras el verano la iniciativa de acercar los hospitales a una región despoblada habitada por gentes que no han visto uno más que en ocasiones señaladas, y casi siempre tras una odisea para llegar a él. Esto también es España. La de la Gran Vía atestada y la de un pueblo de mala muerte. La de los hipsters y los del siglo pasado. La de las mujeres pleiteando contra el techo de cristal y la de aquellas que aran el terruño como sus abuelas. El contraste lejos de mermar, nos engrandece.
De niña pasé mis veranos en un pueblo de Burgos donde nos despertaba el camión de frutero. Para una cría de la capital, representaba el paraíso. Para los gallegos ese claxon también lo será.