Solo juntos hay salvación
Todos quieren venir a Europa. No solo desde países en guerra. No solo desde dictaduras. Ni solo desde los estados más pobres. Ni solo los más pobres de esos estados. Todos quieren venir a Europa. Su atractivo es hoy el mismo, mágico e inmenso que han tenido durante dos siglos unos Estados Unidos que se han cerrado para todos salvo para sus vecinos americanos.
Todos quieren venir a Europa. No solo desde países en guerra. No solo desde dictaduras. Ni solo desde los estados más pobres. Ni solo los más pobres de esos estados. Todos quieren venir a Europa. Su atractivo es hoy el mismo, mágico e inmenso que han tenido durante dos siglos unos Estados Unidos que se han cerrado para todos salvo para sus vecinos americanos.
Todos quieren venir a Europa. No solo desde países en guerra. No solo desde dictaduras. Ni solo desde los estados más pobres. Ni solo los más pobres de esos estados. Todos quieren venir a Europa. Su atractivo es hoy el mismo, mágico e inmenso que han tenido durante dos siglos unos Estados Unidos que se han cerrado para todos salvo para sus vecinos americanos. Aunque los nuevos pioneros sean tanto quienes buscan oportunidades como quienes buscan solo cobijo y sustento. A EEUU llegaba el inmigrante en pasados siglos dispuesto a luchar, triunfar, fracasar o sobrevivir. A Europa viene con la convicción de que en el peor caso será mejor tratado que en su país de origen. Y con la exigencia y reclamación de unos derechos que jamás tuvo. El efecto llamada no lo producen solo los traficantes, esa gigantesca industria criminal dedicada a la trata de seres humanos. El efecto llamada lo producen los gobiernos europeos y el estado real de las cosas. Los hechos en origen y destino. En Europa se escuchan muchos lamentos y reproches por la forma en que recibe a los inmigrantes. Por la falta de unidad y coordinación. Por las diferencias y mezquindades que se hacen visibles a la hora de asumir la carga de los ya llegados. Pero lo cierto es que en Europa no se oye aun el principal reproche que debiera hacerse esta comunidad de 29 países y algunos de sus vecinos también implicados. Que está en la total falta de control de la inmigración y así en la falta de mando sobre su propio destino. Que es el más serio reproche que puede hacerse. Porque de él dependen la vida, la prosperidad y seguridad y el futuro de los 500 millones de habitantes de esta pequeña y afortunada esquina del mundo. Y hoy hay que constatar que están en peligro cuando desde hace ya casi tres cuartos de siglo, después de largas eras de guerras y un siglo XX terrible de monstruosa crueldad y sangre había encontrado la mejor forma de vida que se ha dado jamás en el planeta.
Porque la Unión Europea es la región del mundo más próspera, más generosa, más social, más compasiva, más protectora y más benéfica del mundo y de la historia de la humanidad. Esta verdad es incontestable por mucho que los europeos se lamenten de su suerte y cada vez más de sus afortunados habitantes se planteen en la confusión y desesperanza una alternativa diferente a la Unión creada a lo largo de 60 años de visión, esfuerzo y sacrificio, inteligencia y buena voluntad. Quienes más protestan desde dentro son quienes gozan ya tanto tiempo de una pertenencia a esta comunidad internacional de derecho que sus sociedades no recuerdan ya lo que supone vivir fuera de ella. Hace unos años era ese hartazgo el mayor peligro para el futuro de esta Unión, amenazada por la amplitud y la diferencia de intereses que se habían generado con las sucesivas ampliaciones desde los seis a los 29 miembros actuales. Hoy se puede decir ya claramente que es la inmigración la que amenaza con dinamitar los cimientos de la convivencia pacífica y democrática en Europa. Quien observe las reacciones que se producen en los países a los que más inmigrantes de la nueva oleada están llegando, y no solo en ellos, sabe que pronto estaremos ante cambios serios de conducta por parte de las poblaciones autóctonas que se sienten amenazadas. Y de seguir la oleada actual sin control pronto habrá también comunidades inmigrantes que con hábitos radicalmente distintos y sin haberse podido integrar en las sociedades abiertas europeas, comenzarán a imponer sus propios códigos en zonas urbanas o rurales de los países más afectados. Recuperar un mínimo control sobre la llegada de inmigrantes al territorio de la UE es por tanto ya hoy el principal problema de los europeos con gravísimas repercusiones y amenazas sobre la seguridad, la economía, la prosperidad y las libertades. Que aun no haya visto la UE la necesidad de creación de un órgano permanente dedicado a la coordinación de la política europea ante el alarmante desarrollo de esta emergencia general que exige másima prioridad es en sí una prueba alarmante de la incapacidad de respuesta. Lo cierto es que sin respuesta urgente, general y eficaz, pronto Europa se tambaleará y amenazará con convertirse en estados muy parecidos a aquellos de los que huyen quienes llegan hoy en masa.