THE OBJECTIVE
Jaime Mariño Chao

Mi primera vez

Puedo convocar ahora, sin problema ni error alguno, los olores y sensaciones de aquel primer día de escuela: el tacto de la madera del pupitre, el olor de la goma de borrar, el sabor de aquel primer bocadillo en el recreo, la música de la algarabía ácrata de la estampida del fin de las clases.

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Mi primera vez

Puedo convocar ahora, sin problema ni error alguno, los olores y sensaciones de aquel primer día de escuela: el tacto de la madera del pupitre, el olor de la goma de borrar, el sabor de aquel primer bocadillo en el recreo, la música de la algarabía ácrata de la estampida del fin de las clases.

Era una mañana de septiembre de 1974. Recuerdo que desayuné de pie, en el mármol de la cocina, al calor de la leña que ardía ya a aquella hora temprana. Mis padres eran panaderos y mucho antes del amanecer ya estaban trabajando en el horno. La claridad de la mañana se abría paso entre una niebla húmeda pero todavía la cocina estaba en penumbra, solo iluminada por el crepitar del fuego.

Mi abuela me trajo un mandilón de rayas azules y blancas, con botones muy gruesos. Apuré el enorme tazón de pan duro con leche caliente y me decidí a enfrentarme a mi primer día de escuela.

Atravesé las casas de la aldea gallega en la que nací y fui acercándome a aquel lugar mítico para mi. El señor Manolo, conserje eterno, nos puso a todos en fila para entrar ordenadamente al toque de su silbato. Y descubrí el aula: éramos unos veinte niños y niñas, de diferentes edades, y una única maestra para todos nosotros: doña Zulema.

Puedo convocar ahora, sin problema ni error alguno, los olores y sensaciones de aquel primer día de escuela: el tacto de la madera del pupitre, el olor de la goma de borrar, el sabor de aquel primer bocadillo en el recreo, la música de la algarabía ácrata de la estampida del fin de las clases.

Aquella escuela era rural, sencilla, adusta, digna, pero tenía todo lo que se necesitaba para motivar, ilusionar y alimentar la curiosidad de un niño, que es el motor que me sigue empujando hoy. Sumadle una maestra firme, pero afectuosa y cercana, y una buena biblioteca, y tendréis los mimbres que construyeron la base de lo que soy.

Ahora que lo pienso, me hubiera gustado conservar aquel mandilón. En cierto modo, me lo sigo poniendo cada mañana.

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