THE OBJECTIVE
Marisa Páramo

A mí no me veréis en Rusia

El centro de atención en esta ocasión son las rusas. Decenas de bellezas de piel inmaculadamente blanca que acaparan todos los flashes. Rubias y morenas. Irresistiblemente esbeltas. Cuerpos que desafían la perfección. Medidas de vértigo. Escándalo femenino. Labios insultantemente rojos.

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A mí no me veréis en Rusia

El centro de atención en esta ocasión son las rusas. Decenas de bellezas de piel inmaculadamente blanca que acaparan todos los flashes. Rubias y morenas. Irresistiblemente esbeltas. Cuerpos que desafían la perfección. Medidas de vértigo. Escándalo femenino. Labios insultantemente rojos.

No pienso ir a Rusia. De momento no. Por lo menos hasta dentro de 20 años. Y no es que tenga algo personal contra los rusos o su país. En absoluto. Es más, aplaudo el creciente fenómeno de turismo eslavo que engrosa las arcas de los empresarios españoles y de nuestra Hacienda cada año. Son visitantes que de media se gastan más que el resto veraneando por nuestras costas; y en las grandes ciudades mes sí, mes también. El lujo. El derroche. El consumo sin medida. El espectáculo de lo fastuoso y lo inalcanzable. ¡Y que no paren!

Pero vayamos al foco de la noticia. Gran Premio de Rusia de Fórmula 1. El piloto inglés Lewis Hamilton escala hasta el sitio del cajón solo reservado para los privilegiados. Fortalece su liderato al frente del Mundial. Acaricia el ansiado título. Por delante de nuestro Fernando Alonso que no levanta cabeza con ningún bólido, y de Carlos Sáinz al que parece acompañarle el mal fario de su progenitor. 

Pero la mirada del espectador de cualquier rincón del planeta no se detiene en la destreza al volante de estos genios del pedal. Ni siquiera en el tradicional baño de champán. El centro de atención en esta ocasión son las rusas. Decenas de bellezas de piel inmaculadamente blanca que acaparan todos los flashes. Rubias y morenas. Irresistiblemente esbeltas. Cuerpos que desafían la perfección. Medidas de vértigo. Escándalo femenino. Labios insultantemente rojos. Y sobre sus cabezas, el famoso sombrero de astracán tan pegado a aquellas gélidas latitudes y conocido como «papanja o kubanka». Ese complemento que, por muy de moda que se ponga, al resto de las mortales nos sienta como una patada en el estómago. Pero no ellas. La extravagancia de lo simple para una europea. La envidia femenina. Sencillamente. Sana o insana.

Y he aquí el quid de la cuestión. Recuerdo cuando hace ya algunos años las rusas empezaron a poblar Marbella. Había que quererse mucho para ponerse a su lado. Pero el listón lo dejó muy alto Miss Melilla cuando, en el año 2006 y en pleno certamen de belleza, le pregunta un embajador ruso qué sabe de su país. Respuesta épica de la modelo: «sé que es un país donde vive gente maravillosa y donde ha habido algunos cambios políticos». ¡Glorioso! Le faltó decir que era un país muy frío, muy grande y repleto de tías muy guapas. 

Pues eso. Que me esperen en Rusia. 

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