La biblioteca de los libros huérfanos
Un sistema de derechos y libertades es el resultado de una dura evolución histórica y lo paren siglos de sangre, sudor y lágrimas. Para llegar a él hacen falta judaísmo, filosofía griega y Derecho Romano, más Constantino proclamando el judeocristianismo y sacando a los viejos Dioses romanos y godos de los altares.
Un sistema de derechos y libertades es el resultado de una dura evolución histórica y lo paren siglos de sangre, sudor y lágrimas. Para llegar a él hacen falta judaísmo, filosofía griega y Derecho Romano, más Constantino proclamando el judeocristianismo y sacando a los viejos Dioses romanos y godos de los altares.
Un grupo de jóvenes sirios se ha convertido en “rescatador de libros”. Hurgan en las ruinas de universidades, de hogares destruidos por las bombas y de librerías o de templos arrasados. Saben que, mientras los libros huérfanos de amos lectores, duerman en las tripas de un subterráneo, esa fuerte llamada a la esperanza que es la cultura, permanecerá a salvo. Mientras existan libros existe la esperanza de utilizarlos como ventanas o como vehículos para salir de una situación desesperada.
Cierto es que al Assad es un capullo, pero al menos bajo su dictadura convivían en paz las religiones, los cristianos hablaban arameo sin ser molestados y existían los libros. Y cualquiera sabe el talante de los que se presentan como “oposición” y hacen la guerra al dictador, porque lo mismo son peores y más corruptos. Es el gran problema de Occidente: pensar que la democracia se exporta a terceros países al igual que se exportan nuestros avances científicos y tecnológicos y no es así.
Un sistema de derechos y libertades es el resultado de una dura evolución histórica y lo paren siglos de “sangre, sudor y lágrimas”. Para llegar a él hacen falta judaísmo, filosofía griega y Derecho Romano, más Constantino proclamando el judeocristianismo y sacando a los viejos Dioses romanos y godos de los altares. Hacen falta guerras, cruzadas, los cátaros de Montsegur, la presencia judía rebotada de Babilonia en época precristiana, encontronazos y persecuciones, el Mester de Clerecía y el de Juglaría, la Edad Media y las sectas mistéricas dejando sus huellas en los capiteles de las catedrales. Hace falta el aroma a piedra y a pergamino de vitela de los scriptoriums en los que se rescataban textos del olvido y se inmortalizaba la sabiduría frase a frase, salpimentada con las artes de los monjes iluminadores.
La democracia no se exporta ni se compra por arrobas en el parquet de la Bolsa, es intransferible y permanece en las tripas, legada por el ADN de nuestros ancestros. Nos hizo falta abrir los ojos en el Renacimiento y empaparnos luego de absolutismo, de literatura, pintura, escultura, amamantar a genios de las artes y las ciencias.
Hemos llegado superando Autos de Fe, la Europa de las hogueras, la guillotina y parando en pensadores y filósofos, estábamos dormidos y fuimos despertando, las grandes epidemias, los descubridores, todo a trompicones. Occidente se fabricó a trompicones y se fue a recrear de mano y de los cojones de europeos en América y en Australia, que son lo que son porque nosotros fuimos allí a hacerlo. Y llevamos cultura y conocimiento y viajamos con nuestros libros y las ideas que se nos iban forjando en el alma, porque nuestros antepasados, habían pasado más calamidades que el Santo Job en el estercolero, de ahí la frase: “Si hoy no morimos habremos ganado”.
La democracia no se apaña en despachos y firmando tratados con declaración de buenas intenciones que luego no se pueden cumplir. Porque esos pueblos que nos son ajenos y con quienes poco o nada compartimos, no han vivido una Revolución Industrial, ni les cayó en lo alto el resabiado judío Marx con sus paranoias, no han visto la sangre de nuestros hombres regando las trincheras en la Primera Guerra Mundial, nuestra Gran Guerra y luego en la Segunda que fue combate definitivo por la libertad ¡Ay que pena de jóvenes! ¡Cuántos muertos ha costado Europa! La sangre de quienes nos precedieron empapa cada milímetro de Occidente, caro precio tuvimos que pagar, muchas lágrimas costaron los “telones de acero” y mucha voluntad y empeño el derribarlos y estar aquí, donde estamos. Y “todo esto” esta vivencia, nuestra Historia, lo que sentimos a lo largo de los siglos, las luces y las sombras que nos acompañan, todo esto no es exportable a terceros países a quienes nuestro transcurrir histórico le es totalmente ajeno. Nosotros fuimos, siglo a siglo, de párvulos a doctores, no nos trasplantaron del parvulario al gran laboratorio científico sin vivir etapas intermedias. No pasamos del sátrapa o el dictadorzuelo cargado de medallas o la monarquía medieval a “la Primavera”. Fue un proceso muy largo y muy duro. Y todo él lo reflejan los libros. Y mucha sangre de los nuestros costó, el que, definitivamente, nunca vuelvan a arder hogueras de libros, porque no lo vamos a permitir
Los “rescatadores” sirios adoptan a libros huérfanos en su biblioteca subterránea porque saben que, si caen en manos de salvajes, los quemarán. Esos jóvenes saben que pueden aprender y comprender a través de los libros, alimentarse de sus frases y preservar en ellos el conocimiento. También sabrán distinguir entre libros de luz y libros de tinieblas, al igual que nuestros iluminadores sabían distinguir unos rollos de la Torah de un diabólico grimorio.
Para ellos, esos libros que ya no van a ser huérfanos desde el momento en que van a continuar siendo leídos, no serán una patera para llegar a un lugar cuya Historia ni conocen ni comparten. Para ellos serán el vehículo que, aún permaneciendo en su país, les va a enseñar sobre el terreno cómo transformar su realidad y en la lucha por transformarla desechando malas enseñanzas y fagocitando, devorando, las ideas que han conseguido que otros lleguen adonde ellos desean llegar, en esa carrera de fondo viviendo su Historia “sentirán” que “merecen” alcanzar la meta que se han fijado. Y, de hecho lo merecerán.
Dedico este articulo a mi compañera periodista Tamara Crespo con la que compartí redacción y salir a la puerta a fumar un cigarro justo en la hora violeta, en el periódico de Ceuta. Para Tamara que siempre fue “Alicia en el país de las Maravillas” y encontró su escenario perfecto en la librería Primera Página de Urueña, allá por Valladolid. Porque siempre amó los libros. Y los atardeceres.