MyTO

Orillas

Mis manos de mujer escriben en una cálida habitación de hotel, las de este hombre aparecen arrugadas en el primer plano de una foto mojada y muy fría. Han llegado pegadas a un cuerpo que no pudo llegar, arrastradas por una marea revuelta de agonías y miedos cumplidos.

Opinión
  • Periodista y cineasta. Escribo, filmo y creo. He rodado 7 cortometrajes y trabajado en El Periódico de Catalunya, Ling Magazine, COM Radio y La Vanguardia. Ahora en Adams Editorial.

Mis manos de mujer escriben en una cálida habitación de hotel, las de este hombre aparecen arrugadas en el primer plano de una foto mojada y muy fría. Han llegado pegadas a un cuerpo que no pudo llegar, arrastradas por una marea revuelta de agonías y miedos cumplidos.

Escribo este texto a diez metros de una orilla lejana. Lejos de casa y del mar de la foto, aunque si seguimos la costa al final todas las líneas se juntan, en los mapas y en la tierra, así que las nuestras podrían unirse en una orilla infinita de arena, de agua y de sal. Lástima que ahora todas las líneas separan y sirven de valla y de muro y marcan el límite de las playas que son para bañarse y las playas que son para morirse.

Mis manos de mujer escriben en una cálida habitación de hotel, las de este hombre aparecen arrugadas en el primer plano de una foto mojada y muy fría. Han llegado pegadas a un cuerpo que no pudo llegar, arrastradas por una marea revuelta de agonías y miedos cumplidos. Mi orilla está llena de baños y risas, ahora mismo escucho unas olas que traen caracolas y espuma y un poco de paz. La suya es la de una playa de muerte, solo trae injusticia y el horror del ahogado. ¿Podrá alguien volver a bañarse en ese lugar al que las olas escupen los muertos?

“11 inmigrantes, seis de ellos niños –cuatro bebés-, ahogados cerca de Turquía”. Un titular con números, una foto de portada y sus manos de cartón ante un mar demasiado movido. Cerca de Turquía, cerca, se quedaron muy cerca. Pero solo llegaron sus cuerpos. Esta es la historia. Fin. Si todas las líneas se juntan quizás mis manos puedan recorrerlas ahora, para llegar a las suyas, agarrarlas, e implorar un perdón que nunca nadie le pedirá a pesar de merecer no uno, ni mil, ni once mil, sino todos los perdones que deben pedirse y que se han quedado vagando entre olas y mares marcados por líneas rectas y oscuras.