Cabalgad al cerdo
La corrupción huele peor que el estiércol del cerdo. Y me remito al terrible hedor porque esta mañana recorría un pueblo de la más profunda Castilla-La Mancha que olía igual que las decenas de casos que marcan una España infecta.
La corrupción huele peor que el estiércol del cerdo. Y me remito al terrible hedor porque esta mañana recorría un pueblo de la más profunda Castilla-La Mancha que olía igual que las decenas de casos que marcan una España infecta.
“Cabalgad conmigo, resistid y enfrentadlos” “¡hasta la desolación y el fin del mundo!”. No es el Señor de los Anillos, sino el país del Nunca Jamás (Nunca Jamás se terminará este capítulo infernal secesionista). No es un caballo, sino un cerdo que pide con creces que se bajen de su lomo y le dejen chapotear con su correspondiente piara. Y yo veo a todos cabalgando sobre mi particular cerdo, que no tiene nombre de presidente de la Generalitat ni de izquierda radical, sino que se llama Justicia, a la que han sacado de su hábitat, el Derecho, para atender a las órdenes de sus amos. Y la palabra misma hace que me venga a la cabeza la pregunta: ¿Qué es hoy la Justicia?
La elección del animal no es despectiva, sino simbólica por lo que le rodea, no por lo que es en sí. A los hechos me remito: el cerdo está tan gordo que está a punto de estallar del peso que se la he venido encima. La corrupción huele peor que el estiércol del cerdo. Y me remito al terrible hedor porque esta mañana recorría un pueblo de la más profunda Castilla-La Mancha que olía igual que las decenas de casos que marcan una España infecta. Y con ese aroma fresco en mi cabeza vengo a decir que la corrupción cabalgará al cerdo mientras España sea siendo la que hoy es, mientras tanto anda perdido entre sentencias y moscones.
Y como de animales va este artículo, procedo a hablar también de ratones: cuenta una fábula de Samaniego que una familia de roedores vivía en la despensa de una casa, con ansias de salir al exterior sin sufrir los ataques del gato que merodea la zona. Hartos y desesperados, celebraron una asamblea orquestada por el jefe de los ratones, el más veterano. Uno de los presentes tuvo la idea de atar un cascabel al gato para saber por dónde andaba. Todos aceptaron con aplausos la propuesta, hasta que surgió una pregunta elocuente y necesaria: ¿Quién le pondría el cascabel al gato? Ninguno de ellos se atrevió, se puso fin a la reunión y todos volvieron de nuevo a sus cuevas, con hambre y tristeza a partes iguales.
Queridos lectores, lo que este relato nos viene a decir es que de sueños todos viven, de realidades muy pocos. Hagan sus propuestas realidad, pero con la legislación en la mano. Bájense del cerdo, que tiene que volver a lo suyo y dedíquense a lo suyo, amos de la independencia, que es prestar servicios esenciales a sus ciudadanos, que son los que les pagan.