Miedo a volar
No hay transporte más seguro que el avión, dicen las estadísticas de la muerte del viajante, como no hay transporte que despierte más infiernos que los pájaros de acero que arañan el azul con un vapor blanquecino.
No hay transporte más seguro que el avión, dicen las estadísticas de la muerte del viajante, como no hay transporte que despierte más infiernos que los pájaros de acero que arañan el azul con un vapor blanquecino.
Seguimos sin conocer el sexo de los ángeles, pero los cielos ya no son un reto para el hombre, que desde hace casi cien años se desplaza de Madrid a Buenos Aires con la soltura de quien sale a comprar sellos, dejando para la novela costumbrista aquellas interminables semanas en altamar, en las que se fraguaron amores ilícitos entre indianos que dejaban la familia en la Península y artistas de café cantante, debilidad de los corazones pobres que creían a pies juntillas en los restos de El Dorado sumergidos por el río de la Plata.
No hay transporte más seguro que el avión, dicen las estadísticas de la muerte del viajante, como no hay transporte que despierte más infiernos que los pájaros de acero que arañan el azul con un vapor blanquecino. Los pasajeros que han comprado sus billetes en internet; aquellos que han pagado un paquete que incluye vuelo, hotel, media pensión y excursiones; los ejecutivos que se suben a la cabina acompañados por el maletín de sus presentaciones y ese otro que anda como perro perdido, sentado a partir de la fila quince, consideran, de camino al aeropuerto o durante el descenso por el finger, la maldita posibilidad de que el vuelo pueda hacer agua y no tengan tiempo de sacar el chaleco inflable de debajo del asiento.
Un accidente de avión siempre es una desgracia, ya que los muertos suelen contarse por centenas. Además, el pasaje no deja de ser una suma de tipologías humanas con la que es fácil sintonizar (los medios se encargan de poner rostro, ocupación e historia a los fallecidos). La tragedia no se para mientes en la edad ni en las circunstancias de sus víctimas: tanto da que fueran buenas que malas personas, niños que ancianos, jóvenes con un futuro prometedor que enfermos con los meses contados.
Es en los muertos (en plural y de una sola vez) donde habita el miedo a volar, que es una suerte de negación de la capacidad del ser humano para superar las barreras de su naturaleza limitada. Subirse a un automóvil también comporta aceptar el riesgo de un golpe fatal, pero menos, como si el asfalto sólo fuese culpable de una muerte chiquitita.