Al final de la escapada
Esta frase no la dijo Obama, ni Kennedy, ni tan siquiera Felipe González, Aznar, Rajoy o Mas. Es parte de un diálogo entre Jean Seberg y Parvulesco, un escritor ficticio, en la mítica película de Godard, À bout de souffle.
Esta frase no la dijo Obama, ni Kennedy, ni tan siquiera Felipe González, Aznar, Rajoy o Mas. Es parte de un diálogo entre Jean Seberg y Parvulesco, un escritor ficticio, en la mítica película de Godard, À bout de souffle.
“¿Cuál es su mayor ambición? Ser inmortal, y después… morir”
Esta frase no la dijo Obama, ni Kennedy, ni tan siquiera Felipe González, Aznar, Rajoy o Mas. Es parte de un diálogo entre Jean Seberg y Parvulesco, un escritor ficticio, en la mítica película de Godard, “À bout de souffle”. Pero podría haberla pronunciado cualquiera de ellos, cual mantra político que en la intimidad se repite ante la esposa o el espejo, para el caso lo mismo.
Vivimos tiempos convulsos en los que estamos llegando a cuestionar los fundamentos de la democracia. Chateando con un amigo argentino esta semana, le decía que deberían poner una asignatura obligatoria en las escuelas, o mejor aún, una bibliografía obligatoria que enseñara a la gente cómo elegir candidato a la presidencia. Antes, a los niños y a los novios, la iglesia donde se iba a celebrar exigía ejercicios y lecturas previos, a fin de preparar al futuro comulgante o matrimonio para ese trascendente rito de paso. Con probabilidad, hay países, centros de culto y doctrinas religiosas que aún lo exigen antes de culminar tal decisión.
Pues bien, a la vista está que hay otras decisiones importantes que nos incumben y afectan a todos: las elecciones democráticas. La mayoría decide en medio de la confusión y el desorden de las armas arrojadizas que se intercambian unos y otros políticos. Lo sufro yo, como ciudadana catalana y española, y lo sufre este amigo argentino con el que chateo a ratos. Acabamos hablando de la situación política de nuestros respectivos países. Y de la devaluación de la democracia. De cómo votamos muñecos expendedores de promesas que luego no se cumplen, cómo muchos votan a partidos y sus líderes que son lobos con eslogan de cordero, mientras los que nos hemos dado cuenta mucho antes, debemos sufrir la victoria de una decisión que no nos pertenece, como se sufren las hemorroides. En silencio.
Muchos votan y no saben ni lo que votan: votan a ese señor que sale mucho por la tele, o que habla bien, que les va a arreglar el paro, las pensiones, la sanidad, los impuestos… Lo mismo de siempre. Pero nada cambia, todo sigue igual. La paz prometida es para los americanos ese regusto por estar en guerra continua excusada con “errores”, igual que el empleo es para los españoles esa asignatura pendiente que no se solucionará mientras los universitarios sigan siendo becarios y los que no saben ni inglés estén a la cabeza de grandes instituciones.
Al tiempo que esto sucede, nos van llegando informaciones de lo mucho que se está invirtiendo para encontrar un planeta habitable. Ya que éste, que lo era, está dejando de serlo gracias al poder cedido sin rechistar a una minoría. Cuando las cosas se pongan feas de verdad, tendrán vuelo reservado a algún planeta resultón al final de la escapada. Mientras, aún podemos cometer un acto de rebeldía filosófica: leer “El orden del discurso”, de Michel Foucault, antes de tomar cualquier decisión democrática. Regálenlo, recomiéndenlo si ya lo han leído. Y después, si quieren, voten. Es su derecho.