Y al fin, la III Guerra Mundial
La III Guerra Mundial solo podía tener un escenario. Solo existe una civilización tan íntimamente relacionada y al mismo tiempo tan enfrentada a la Occidental donde pudiera desencadenarse el conflicto: la civilización islámica.
La III Guerra Mundial solo podía tener un escenario. Solo existe una civilización tan íntimamente relacionada y al mismo tiempo tan enfrentada a la Occidental donde pudiera desencadenarse el conflicto: la civilización islámica.
Ya lo han conseguido los intrigantes e instigadores, ya pueden descansar tranquilos viendo cómo sus acciones suben en bolsa y las cuentas de sus paraísos fiscales se nutren del dolor, la muerte y el sufrimiento de otros. Total, solo son daños colaterales; la vida y los derechos humanos son sentimentalismos del pasado que hay que desterrar para poder ver con claridad, con objetividad. La guerra no es nada personal, es solo negocio. Por ello la advertencia de Samuel Huntington hace dos décadas no tiene la menor importancia. “En la época que está surgiendo los choques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mundial”, escribió el politólogo en su libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Según expuso en su obra, “la rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de las civilizaciones”. Y para evitar el encontronazo explicó que es lo se debía evitar: “la intervención occidental en asuntos de otras civilizaciones es probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y de conflicto potencial a escala planetaria en un mundo multicivilizado”. No hace falta incidir en lo que los gobernantes, los financieros, los generales militares han hecho de su recomendación durante todo este tiempo. Irán, Irak, Afganistán, Siria, Libia, Congo… la lista sería interminable. El odio es muy fácil de producir. El odio es la materia prima de las guerras. Ahora los instigadores están muy contentos; ya tienen su III Guerra Mundial. “La paz es la guerra, la esclavitud es la libertad, la ignorancia es la fuerza”, escribió el periodista Eric A. Blair en 1984.