La última estación
Lo confieso, a veces empiezo por el final. No importa que me obligue al orden lógico porque esas ocasiones en que me domina la curiosidad abro el periódico por la contraportada y leo el desenlace de los libros. O cambio el postre por los entrantes. La morbosa búsqueda del final ha llevado a algunas mentes preclaras a vaticinarlo, aunque antes que Nostradamus las madres ya demostraron habilidades proféticas: “Niño, no te subas ahí que te vas a caer”, y el crío que la escuchaba como si oyera llover se pegaba un guarrazo de mil demonios. En realidad el vaticinio lo hemos depurado las mujeres generación a generación cuando advertimos a la amiga “con este hombre vas a sufrir” y terminamos consolándola. El futuro lo prevé el buen ojeador de nubes que mira al cielo y augura las jornadas de lluvia o las idóneas para la navegación. Contado así no parece difícil adelantarse a los acontecimientos si a tus dotes de observador sumas cierta lógica, sin embargo esta paraciencia de andar por casa no se recoge en los tratados.
Lo confieso, a veces empiezo por el final. No importa que me obligue al orden lógico porque esas ocasiones en que me domina la curiosidad abro el periódico por la contraportada y leo el desenlace de los libros. O cambio el postre por los entrantes. La morbosa búsqueda del final ha llevado a algunas mentes preclaras a vaticinarlo, aunque antes que Nostradamus las madres ya demostraron habilidades proféticas: “Niño, no te subas ahí que te vas a caer”, y el crío que la escuchaba como si oyera llover se pegaba un guarrazo de mil demonios. En realidad el vaticinio lo hemos depurado las mujeres generación a generación cuando advertimos a la amiga “con este hombre vas a sufrir” y terminamos consolándola. El futuro lo prevé el buen ojeador de nubes que mira al cielo y augura las jornadas de lluvia o las idóneas para la navegación. Contado así no parece difícil adelantarse a los acontecimientos si a tus dotes de observador sumas cierta lógica, sin embargo esta paraciencia de andar por casa no se recoge en los tratados.
Me sorprende que le diera a Newton por ella.
La de la imagen es su letra. Líneas ascendentes en cursiva con trazos irregulares de tinta que denotan presión en la escritura. Normal, ¿quién no finiquitaría el mundo apretando la pluma hasta agarrotarse las falanges? El papel está fechado en 1704 y aún quedaban tres siglos y algunos años para el cataclismo, pero a cualquiera le temblarían las canillas relatando sus deducciones tan analizar los textos de San Juan el Divino quien se pasó su vida compilando bastantes profecías que, de haber sido ciertas, llevaríamos unos cuantos años en el limbo.
Parece humano fisgonear el final de la película, pero prefiero quedarme con el fotograma de la manzana rebotando en la cabeza del físico.